domingo, 25 de enero de 2009

El roce inexplicable

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“Soledad, aquí están mis credenciales,
vengo llamando a tu puerta desde hace un tiempo…”
Jorge Drexler

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No compres zapatos” le decía su mamá a la distancia a través del mensaje que brillaba en la pantallita del teléfono celular. ¿Te parece a vos que me tiene que poner esto?” dijo Clotilde (siempre Clotilde) riendo. Roberto (tal vez Roberto) devolvió las risas y pensó en cómo comenzaría una historia con esa frase. Aunque la verdad es que la historia ya había jugado a empezar.

Casi un cuento formado a partir de casualidades y voluntades que se pasean en la oportunidad, siempre tomada con un buen guiño en la mirada.
Y la risa que se esparcía en ese local de libros usados de la calle Corrientes era una burbuja que se escapa indemne entre el polvo de los días y la brisa de las ganas…

¿Quién sabe sobre el viaje de las burbujas?
¿Quién sabe de los cuentos?
Un mundo reflejado en el sol de su magia, así estaban las cosas para Roberto, perdido como se encontraba en el tibio abrazo de Clotilde.

Dicen que la tercera es la vencida, pero este encuentro era el segundo para ellos. La primera vez de las tres, tiempo antes de ser Clotilde y Roberto (quizás), ella pasó casi desapercibida para él; y él pasó totalmente inadvertido para ella. ¿Dónde estabas esa vez que no te vi? insistió –ahora- Roberto. “Por ahí…, estaba a full y la verdad no presté atención a nadie… pero, claro, ella era Clotilde –ahora-, y su silencio era propenso a acometidas de risa, aunque eso significara un esfuerzo de cohesión distinto en sus frases …y era rubia en esos días” terminó la oración ya en carcajada la bella mujer que llevaba lo que había sido una blonda cabellera coloreada de negro azabache.
Roberto estalló y su risa alimentó la de Clotilde.

Resultó entonces que la casualidad no los dejó verse por primera vez. Ni él ni ella tenían nombre entonces. El tiempo no contaba. El lugar donde no se vieron no sabía nombrarse. Nada más que un suspiro sería la primera vez que no fue. Un atisbo para contar que aun no había nada para contar. Incluso, dicen las malas lenguas –siempre las hay- que no se miraron, y con suerte apenas se vieron, solo para romper mitos sobre “flechazos a primera vista”.

Unos meses después el destino ya estaba encaprichado.
Y la segunda vez fue la primera.
Un cambio de paisaje y la suerte en la coincidencia se les hizo un regalo. En la otra orilla de sus vidas se rondaron hasta gustarse, se gustaron hasta rondarse. Ella jugó a hacerle preguntas falsas solo para que él tuviera la oportunidad de responderle con miradas e historias. Él la cubrió con ropas que querían ser su propia piel en una noche que se hizo cómplice y fresca. Ella lo buscó y lo buscó en las palabras, y él se dejó encontrar en los cuentos que construía con afán de artesano. Un viaje de vuelta de casi ninguna parte les permitió ser Clotilde y Roberto (desde siempre). Roces voluntarios que juegan como accidentales repartía Roberto. Permisos para los roces, permisos que se escurrían entre la risa, casi susurraba Clotilde. Y si el destino es un capricho, que el capricho sea un placer, y así fue cuando él se animó a tomarla de la mano y conducirla al beso que solo esperaba ocurrir. Así, en una huída fugaz, dejaron que se pierda la noche de bares, el acecho de los extraños conocidos, y la luna sobre el agua del río. El viento se arremolinaba aquella noche, los acechaba a sus espaldas, los rodeaba por sobre sus cabezas, pero no conseguía atravesar el espacio apasionado de sus abrazos. ¿Cómo no te vi la primera vez? dijo Roberto sin buscar demasiado las imágenes de meses pasados, pero seguro de que esa rubia que casi ni recordaba era ahora esta morocha tan bella que se apretaba contra su pecho encendido. Volvieron a besarse, largo y dulce fue el beso, sus lenguas se acariciaron y sus respiraciones se confundieron con suspiros. Clotilde se perdió en los ojos socarrones de Roberto. Roberto estaba perdido en la mueca que dibujaba la boca de Clotilde. Ella no pudo disimular que algo estaba pasando. Él no dudó un segundo, ¿Qué pasa?”, preguntó sintiendo una respuesta común. El viento se enredó en los segundos. “Mejor no pensar demasiado”, escuchó ella. “Son… y Clotilde buscó las palabras que danzaban alrededor de sus cabellos… … son enamoramientos… pasan por la situación, el lugar, la noche…” dijo sin poder, casi sin pretender hacer más leve el sentimiento. Roberto sabía que algo de cierto debía haber, pero que algo más peligroso que eso los había atrapado, … por los bares, el alcohol,… siguió él el raconto iniciado por la muchacha “ las ganas, tu boca, ese hechizo que danza en tu sonrisa, el propio desafío que supone la mujer más atractiva de la orilla…”. “Sos vos, tu andar desfachatado... continuó el juego ella “ y algo de cerveza”, y una vez más su risa. “Pero…, ¡señorita!dijo Roberto en tono más jocosamente enunciativo que conversador “No pretenda inculparme, que mis actos de buena fe se han manifestado esta misma noche: Antes de acorralarla en la penumbra de aquella esquina, mientras la conducía al inevitable acecho de mi boca, le pregunté si estaba bajo los efectos del alcohol. Y usted contestó que no…”. Entre risas, Clotilde confirmó la veracidad de los hechos con apenas algunas palabras… muy pocas para ser Clotilde, que busca mucho entre los vocablos como quién se siente a sus anchas en esa labor. Roberto aprovechó el esfuerzo y se adelantó para quebrar la jugada: Repitió igual pero diferente el ¿Qué pasa?...”, y puso esa mirada de zorro, de prestidigitador, de galán y -algo había- de tipo con suerte, “ ¿Hace mucho que no te besaba alguien que supiera hilar más de dos palabras seguidas?”. Definitivamente ella amaba su andar desfachatado, su sonreír socarrón. Definitivamente él estaba atrapado. Y entre palabras errantes de deseo y frases que no querían que se rasgue la burbuja, se descubrieron, se conocieron, se alentaron… Se rondaron hasta gustarse, se gustaron hasta quererse.
Con besos los encontró la mañana y sin besos se despidieron.

Los días siguieron y se demoraron entre desencuentros distantes. Pero ya no solo el destino estaba encaprichado. Entonces, la tercera vez fue la segunda. No fue el azar sino el deseo el que los encontró. Más besos, más ganas, más risas. Roberto recordó la decisión de dejarse sentir, y el riesgo de perderse en ello. Clotilde fue aun más cautelosa y decidió no decidir, ya bastante con lo que sentía. Al calor de la ciudad hicieron un palacio en medio de un laberinto. Él, que no cree en leer la borra del café, encontró ilusiones en el fondo de su taza; ella apenas vaciló cuando se reconoció allí soñada. Ella, engañó al sol con gustos de helado, y él aprovechó para jugarse la risa en sus ganas. Luego los mimos ganaron altura, y por momentos el apetito de los cuerpos proyectó más que ellos mismos; sin embargo en un arrojo que fue más de promesa que de corrección, se dijeron que eso quedaría para una tercera vez….

La tarde terminaba en un local de libros usados de la calle Corrientes.
Roberto y Clotilde, se reían. De todo se reían. Como dos enamorados que no creen en “los flechazos”, aun a sabiendas de que no hay opciones para elegir cuando se cruzan esas miradas que ellos cruzaban. Mejor no pensar. Quererse como en los cuentos, reírse como en las buenas historias… Todos los libros parecían mezclar sus frases entre tanto Roberto y Clotilde.

Con el deseo de un “hasta luego” que aparentara compañía, una cuarta vez que fuera la tercera brotó como una quimera. Se jugaron trampas de uno y otro lado, se dejaron ganas, se pusieron deudas de encuentro entre los libros prestados y regalados, regalados y prestados. Se mintieron en un beso de despedida que no se resignaba a ser tal.



Las cosas no siempre son lo que parecen. A veces no parecen lo que son. Pero suelen ser según a quién le parezca. Y acá se siente como si la calma apenas cubriera los pasos que se buscan, que se sueñan, que se rondan, que se gustan.

No todo está para ser entendido, basta con mirar a Roberto y Clotilde besándose en los besos que faltan.
Basta con leer las noches de insomnio aun mientras los párpados se recuestan.
Basta con hurgar los silencios escribiendo cartas.
Basta con ese brillo que tiene el deseo, con ese temblor en el pecho que resiste al tiempo.


Como chispas que embisten la ausencia a fuerza de latidos, de anhelos. Como si las semanas transcurrieran solo para desmoronarse. El ocaso que resulta insuficiente para los suspiros, los suspiros que uno a uno se lanzan cuando la imagen de un quizás se dibuja en los minutos que no pueden negarse.
La precoz intuición de una caricia que habita de tanto en tanto las sábanas de Clotilde, cuando Roberto se le enreda entre noches. Los colores que le faltan al horizonte son aquellos que él sueña robarse para que ella lo bese en sus pinturas.

¿Quién sabe sobre el viaje de las burbujas?
¿Quién sabe de los cuentos?
¿Quién sabe de enamoramientos, de orillas, de deseos…?


Deseos

La cuarta vez será el deseo el que juegue el tercer encuentro. El deseo de Roberto de aparecer frente a ella como una fuerza de la naturaleza, como un brote del alma, como un deseo dicho en secreto.
Clotilde, la de las encrucijadas, la que ordena las estrellas; volverá a sonreírle, solo para perderse y que él se pierda en ella.

Roberto, el que hace historias, antes de que ella pregunte le dirá “Soy puro coraje, a veces”, y su mirada de zorro la desafiará a buscar las palabras que lo sorprendan.
Clotilde, propensa a acometidas de risa, se paseará una vez más por ese instante antes de seguir el cuento de la tercera vez, aunque sea la cuarta: “Ya sabés… a veces… soy rubia”.
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miércoles, 21 de enero de 2009

A orillas del Paraná, cerca de las 7 de la mañana de un Sábado de Enero.

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- ¿Escuchás?

-¿Qué cosa?

- ... escuchá...

- ... no escucho nada... ¿Qué hay que escuchar?

- je..., claro, estás escuchando, pero tu "cabeza de ciudad" todavía no se dio cuenta... dame otro mate

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miércoles, 7 de enero de 2009

Curiosos son los círculos...

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... que nos permiten avanzar hacia la raíz.


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"- Vaya, ¡qué prisa! ¡Impaciente, preciosso! -siseó Gollum-, pero tiene que esperar, sí. No podemos subir por los pasadizos tan de prisa; primero tenemos que recoger cosas, sí, cosas que nos ayuden."

"El Hobbit" de J.R.R. Tolkien

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