viernes, 29 de mayo de 2009

Momentos emotivos con mi compañera de oficina 19

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Mientras gente de dudosa calaña se junta...

...les dejo un poco de Yoh para el finde... (no usar en exceso).
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Compré dos alfajores para acompañar el desayuno…


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Yoh: ¿Por qué traen ESTO arriba? (dice mientras comienza a “raspar” para sacar las almendras)

Yo (debo admitir, casi desencajado):
¿¡¿Qué hacés?!? ¡Es lo más rico eso!

Yoh: No, yo lo saco (y continua con su crimen).

Yo:
¿¡¿ POR QUÉ LO SACÁS?!?

Yoh: No sé…. Porque no lo entiendo… (¿?)

Yo (con tono relajado y paternal):
Ay, Yoh, si fuera por sacar todo lo que no entendés, vos tendrías que vivir en un cubo vacío y forrado de blanco… y hasta por ahí nomás…





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Mirando videos en YouTube …
(er… es parte de nuestro laburo)




Yo: Mirá como canta esta piba… tiene onda, y el tema está bueno. Es el de "Loco por Mary".

Yoh: Sííí, está muy bueno.

Yo: Parece que le fue bien. Empezó así y saco un CD parece.

Yoh: ¡Uhh, me voy a poner a cantar yo entonces!

Yo: Jeje, con todas la huevadas que hacemos deberíamos invertir (“deberíamos” = la empresa) en una buena placa de audio y un buen micrófono…

Yoh: ¿Para?

Yo:

Yoh: Aaaah..., ¿Para subir videos…?

Yo (retomando): Claro. O sea, tenemos menos afinación que un jabalí en celo…

Yoh: ¡Re mal!, ¡Y ninguno de los dos sabe tocar guitarra ni nada…!

Yo: Pero somos muy divertidos, e invertimos mucho tiempo acá en hacer huevadas…

Yoh: Jajajajaj, cierto, cierto… Jajaja, ¡SERÍAMOS UN ÉXITO!

Yo: …. ¿Un éxito?

Yoh: ¡Sííííí!

Yo (totalmente serio, sacándole toda la alegría al momento): … NO, YOH, SABÉS QUE NO.

Yoh: … sos un tarado.





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El Burguesito le dejó encargada una tarea a Yoh… pero ella ni bola…



Yoh: Ay, no me puedo acordar qué me dijo que haga…

Yo: Ni idea.

Yoh: Mirá que me lo repitió… pero no sé, no lo veo, no le doy bola, no sé como hacer para que me interese…

Yo: Bueno, conociéndote, no es un problema muy complicado de solucionar…

Yoh (conociéndome, y esperando el sarcasmo): A ver…

Yo: Cada vez que el jefe te dice algo, vos subilo al Facebook… QUE ES LO ÚNICO A LO QUE LE DAS BOLILLA MIENTRAS ESTÁS EN LA OFICINA...


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Y sí…


Posta. Es lo único.


NO ESTOY EXAGERANDO.


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martes, 26 de mayo de 2009

En medio de una batalla de bombarderos...

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...ella quiso pasearse piloteando avioncitos de papel...

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(y tan bonito le quedaba)
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martes, 19 de mayo de 2009

Tañidos de niebla

"...para cada tino la ciudad comienza
en un sitio cualquiera, pero siempre distinto..."
Mario Benedetti
Un Grande (con G mayúscula).
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Se me escapó la perra”. Era un mensaje de texto conciso, certero, escueto. Solo 5 palabras. “Se me escapó la perra” leyó en la pantallita de su celular. Leyó y se quedó duro, como pasmado frente a la computadora de la oficina. Una planilla de cálculos reclamaba acción demorada, el teléfono sonaba vociferando obligaciones, un jefe perdía la paciencia ante la impavidez solo aparente.

- ¿Qué pasó? - le preguntó una voz femenina.
- Se le escapó la perra
- ¿En tu casa?
- No – Se levantó de la silla, se puso su abrigo, tomó las llaves del auto y dejó que el instinto y el ímpetu reacomodaran prioridades, -Salgo un rato-

¿El jefe? Bien, gracias. Arrancó raudamente su vehículo, y manejó con más pericia que cuidado las 10 calles que lo separaban de esa casa en la que faltaba una perra.



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La banda de jazz se despidió furiosamente en ese bar. Las pizzas se terminaron. Y las ganas aun encendían esa noche gélida de otoño en la ciudad. Las cosas iban mejor. Mucho mejor. La primera vez que se vieron, el porteño y la boliviana compartían una fiesta de dudosa calidad, de esas que buscan un pretexto los jueves para hacerse viernes. Claro, no lo logran, pero para quien las transita desde el jueves, sin pensar en viernes o pretensiones, no son tan malas. Y él había recorrido las calles de su ciudad como un extraño, como quién está en una ruta equívoca. Ella…, ella venía atravesando fronteras desde su Cochabamba natal, sin tener muy en claro qué estaba buscando. Él era un extraño en su ciudad. Ella estaba perdida en todas las ciudades. Sin embargo, la noche que se conocieron pudieron salir de esa fiesta sin pretensiones, tomados de la mano. Las cosas habían mejorado desde entonces. Porque esa primera noche no hablaron de política, ni de religión; y casi tampoco, de drogas. Y sin embargo él vociferó su odio a todos los oficialismos del gobierno, al de la ciudad en la que vivía, y al del país que la contenía. Y sin embargo, ella proclamó su apoyo a la distancia a su primer mandatario, y un escozor se hizo guerrilla cuando habló de convulsiones internas. Pero el oficialismo de su ciudad y su país se oponían y él se oponía a ambos. Pero las virtudes de la ciudad andina contrastaban con la violencia a las revoluciones de las villas pobres, todo parecía salir del gobierno; y ella no terminaba de tomar partido. Los jueves son confusos por las noches. Incoherentes. Tañidos de niebla los envuelven.

¿Incoherencias? Los oficialismos son culpa de muchos, y en ese caso no debiera ser tan malo. Las revoluciones se adeudan en muchas ciudades. Las personas al poder no son un cáncer, aunque parece una enfermedad que falten “muchos” y revoluciones. Los jueves son incoherentes por las noches. Dos autoproclamados zurdos, sin pretensiones, terminan tomando un café en el más capitalista de los locales. Se esconden del frío y del amanecer. “Que esto no quede en el legajo” dicen ambos, culpables de que esa gran “m” no sea la del marxismo.

Lo que no te mata te fortalece” habían acordado un rato antes con uno de sus autores favoritos.

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Los hombres no lloran, a veces lagrimean.

El auto detiene su marcha pero no su motor. “¿Qué pasó?”, pregunta el conductor. “Eso que te puse en el mensaje” responde desde la vereda y junta coraje para seguir en pie. Ambos se entienden. Es un lazo. Un lazo que los une más allá de las palabras. El mismo que hace a uno merecedor del único mensaje de texto que comunicaba la tragedia, es el que lo arranca a la calle a responder. En ese momento, 5 palabras sobrarían.
Se saben, se conocen. Insisto, es un lazo. Y ese lazo tiene mucho de perros. De acompañarse en los caminos de las calles, de buscarse en las guaridas, de seguirse rastros. De soportar el olor a perro mojado que dejan las tempestades.

La…”, un poco más de coraje, un poco más, “…la escuché ladrar hace un rato por acá…”, y señala ningún lugar a la vuelta de la esquina.

Ok, quedate tranquilo. Estate atento”, contesta y otra vez exige al motor. Son representaciones burdas, pero necesita que la vibración furiosa del vehículo sea la misma de sus congojas. Rápido, muy rápido empieza a recorrer las calles.

Círculos cada vez más grandes”, “Dos cuadras”, “Tres cuadras”, se repite mientras conduce el auto a seguir a sus palabras. Recorre las veredas, los umbrales, “Tiene que aparecer”, no puede darse el lujo de ir más despacio, sus ojos deben ser más veloces, “tiene que aparecer”…

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A la salida del bar, donde las cosas eran mejores, mucho mejores en esa segunda cita. Esa vez hubo buena música, comida que mejoraba con cada acorde hasta dejar de importar, abrazos y besos, algunos como la primera vez, otros, más cálidos y genuinos; todo con sabor a suburbio. Era más cómodo para gente así. Mucho mejor.

Esa vez ella dejó escapar expresiones deliciosas que él festejo como bolivianadas, aunque no eran más que un español correcto, mucho más adecuado que los exabruptos que rondan la ciudad rioplatense. El juego era sonrojarla, claro.

Esa vez él dibujó la segunda cita, y la posibilidad de que esa chica que no creía en nada, hubiera puesto su fe en verse un domingo, por decir un día.

El auto se había perdido en las calles vacías, tan llenas de ese otoño de veredas frías, de paredes húmedas, de un policía en la esquina exhalando vapor de su boca, sólo acurrucado en su campera. Él buscó entre las llaves el control de la alarma para que el juego de luces y sonidos le diera una pista. Un indicio, una respuesta. “No pido tres veces un teléfono”, le había dicho días atrás –cuando el viernes comenzaba-, en ese mismo auto. Ella se animó y le hizo un par de cargadas. Él fingió enojo, ella cayó en la disculpa leve: “Solo te estoy molestando”. “No, no me molestás para nada”.

Antes que la ciudad rompa el hechizo él la invito un café. Pero un café de verdad, no de máquinas y corporaciones. Un café de intimidad, de esos que se hacen en tazas propias, y se baten con esmero. Un café. Como si fuera una fiesta un jueves. Un pretexto.
Y a ella le gustaba el té. Definitivamente, había que tomarlo al calor de una estufa. Ella lo invitó a su casa, donde había té, y con suerte, café.

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La mañana era fría y desde adentro del auto el conductor buscaba la niebla.

Tiene que aparecer”.

Cruzó un perro a 100 metros de sus narices y su corazón se sacudió. Pero no, “Ese perro es negro, nada que ver”.

Apenas llevaba unos minutos dando vueltas como si el barrio fuera nuevo. “Círculos cada vez más grandes”, “Tiene que aparecer”. Era una carrera contra el tiempo. Cada minuto que pasaba significaba aumentar lo posible. Nada peor que una cuenta regresiva que no tiene punto de culminación, y, sin embargo, se siente agonizar a cada segundo.

Un perro, distinto, oscuro, y de la correa de su dueño. “Nada que ver”, otra vez.
Un pastor alemán con aires de cachorro. “¿Dónde estás?
Un perrito gruñendo en mitad de la vereda, “Tiene que aparecer”, mil veces.
Diez metros más de recorrido… “¿A qué le gruñe ese perrito?”. Pequeños detalles que tardan en acomodarse. Diez metros le llevó a la inteligencia distraer a la prisa.

Contra una paredón, asustada, perdida y acorralada por un perrito y por sus propios miedos, la perra mezclaba el canela de su robusto cuerpo con la niebla de la mañana. Esa que él buscaba. Ambas.

No detiene el motor, ni siquiera termina de frenar cuando baja del auto. Grita y agita sus brazos, pero el pequeño atacante no cede. Avanza y lo empuja con su pie hasta hacerlo rodar. Es un héroe. El perrito huye. Se siente un héroe. El alma le vuelve al cuerpo, y recién en ese momento nota que se le había escapado. “Te encontré” piensa, mientras estira una mano. La perra tiene miedo y responde con dientes. Él apenas esquiva la dentellada. “Te encontré”, le dice sin haber perdido la calma. Las palabras traen paz y reconocimiento. La perra baja las orejas y mueve su cola frenéticamente. Rueda sobre si misma. No cabe en si misma. A decir verdad, el alivio es compartido. El miedo se va diluyendo en el abrazo. Ser un héroe ya nada importa, solo el alivio.

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Nada importa que sea una ciudad tan grande, el mundo queda dentro de esas cuatro paredes. Apenas hay tiempo para un té, para medio té. Los besos aumentan, y se reparten a discreción. Las ropas ceden. Los cuerpos se unen. Ella afirma su cadera bajo su peso. El se enreda en el mándala de su hombro. En el calor de su ensueño. Arremeten una, dos veces. Y se dejan caer.

Afuera, la ciudad se jacta de ser una de las más grandes del mundo.
Adentro, ella acomoda sus pies fríos bajo las frazadas.
Afuera, entre semáforos y policías taciturnos, el otoño arma una muralla.
Adentro, los pies fríos no hacen invierno.

Un viejo disco de blues acuna sus sueños sin almohada. Sin héroes.

Me siento a la deriva” le había dicho ella, “Pasé por tantos lados y siento que no pertenezco a ninguna parte”.
A veces las búsquedas tienen eso, supongo, pero no es lo mismo estar a la deriva que buscarse
No sé si pueda notar la diferencia
Tal vez tendrías que empezar por hacer tu pequeña lista de cosas en las que te reconocés, de lugares cercanos o lejanos a los que pertenecés, de personas cercanas o lejanas que son raíces y viajan con vos”, la abrazó un poco más, “Si podés hacer una lista así, concisa, certera, escueta. Si podés armarte en 5 palabras, no estás a la deriva, para nada”.
¿De dónde apareciste?”, preguntó sin mirarlo a los ojos, para no obligar una respuesta que rompa la niebla.
Hagamos una tregua esta noche”, propuso él.
Yo no te convengo”, le dijo ella.
Nadie que me convenga pasaría la noche conmigo”, contestó él.


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No vuelvas a hacernos esto”, le dijo con ternura a la perra mientras la bajaba del asiento trasero del auto.
Gracias”, contestó Gabriel mientras la recibía, aferrándose a ella como si hasta la más leve brisa pudiera arrebatársela. Los hombres no lloran.
No tenés nada que agradecer”, contestó el Otro Gabriel, y dedicó un abrazo más a la perra. A veces lagrimean los hombres.

Gabriel y Gabriel se entienden. Más allá de las palabras.

Se siente como si no hubiera otra persona en el mundo que pudiera entender esa forma de andar con los perros. Compañeros, hermanos, hijos… nunca mascotas. Gabriel y Gabriel son dos de esas personas. Tal vez una de esas tres personas. Definitivamente se siente así. Por eso solo 5 palabras escribió Gabriel. Por eso no hacen falta las gracias.


Solo el alivio

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Es cuestión de lazos. Lazos para no sentirse a la deriva.

Y en ese lazo son como los perros.


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viernes, 1 de mayo de 2009

...ni las mías...

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"Esto está feo hoy"

"¿Qué cosa?"

"El día... es como si se estuviera por largar a llover..."

"Pero... si ni una nube hay..."

"Sí... no sé... pero tengo esa sensación..."

"¿Sentís que va a llover?"

"No, pero es un día feo hoy, porque tengo esa sensación y nada tiene que ver con las nubes"

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"Como los fantasmas del recuerdo salen de noche a patotearte..."
Los Caballeros de la Quema
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