miércoles, 28 de octubre de 2009

Perdidas, pérdidas, excusas

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Desparramado sobre la barra de un bar de mala muerte (tal vez el derecho de admisión me sea esquivo) pedía otra ronda un hombre de mediana edad y mediana mala suerte. Las horas de alcohol que sobrevinieron a las de oficina dejaron en despojos de corrección a su postura y su traje. Apenas balbuceaba algunos sollozos, tantos como su limitado estado permitía interpretar.
Su ebriedad en las noches, así como su trabajo durante el día, una y otra vez desde hace tiempo eran una búsqueda de estupor que escape a la agonía de los anhelos.

Bebía, lloraba y volvía a beber, siempre a voz ahogada. Siempre con el pecho partido por ausencias que no dejaban de prolongarse...

Más allá, en la mesa más oscura del mismo bar de mala muerte (y ya estoy probando que tan bien me sienta) una mujer de mala suerte sin edades arremetía sin piedad contra el contenido de una botella de bebida blanca.

Y se mentía al hacerlo. Tanto como se miente el color blanco en los bares de mala muerte.

Las ojeras de marcado llanto gastado dejaban un tono lúgubre y cínico a su mirada recia puesta en la nada.

Bebía, lloraba y volvía a beber, siempre sin lágrimas. Siempre con el gesto agobiado por presencias inoportunas que no dejaban de sucederse...

Y así, sin mirar, en un trago acabó con la batalla dejando el envase vacío y la borrachera desde el hígado hasta las sienes.

Y así, sin mirar, su frágil psiquis se derrumbó cuando tanteó el metal en su cartera.

Y así, como si se creyera invisible -y así lo es para quién no puede verse- sacó el viejo revólver y avanzó con risa pervertida entre las mesas salpicadas de cerveza, tabaco, tequila y vomitadas.

Ciertamente era invisible. Nadie reparó en ella hasta que le voló la nuca al hombre desparramado en la barra. No hubo espacio a siquiera un latido y ella manchó el techo con su propio desparramo.


Yo, debo decir, la ignoré cuando cruzó con el arma en alto por mi lado.
Cuando escuché el primer disparo a mis espaldas no pude conmoverme demasiado.



Cuando sonó el segundo estallido, aun no sé.
Y empecé a dudar del primero.



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miércoles, 7 de octubre de 2009

Esta obsesión de letras...

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No, la verbalización de sustantivos no es ajena a lo literario.



Más aun de los sustantivos abstractos, tal vez.


Pero el equilibrio entre flexibilidad terminológica en pos de una idea, clima o significado; y la barrabasada lingüística, es muy fino... y la cornisa suele tener un declive en un solo sentido...



La práctica será más la ilustración, la lectura, el compromiso... un libro es mejor que un cable de acero en estos casos.


Y, desde ya, considero que mucho tiene que ver en esta diferencia que el ejercicio lo haga Borges o que lo haga...





(Porque si no se trata sólo de amontonar palabras... menos puede serlo cuando ni siquiera han logrado serlo)

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