jueves, 2 de agosto de 2018

Al calor de la tiza.

Sí, la Educación viene molida a palos hace mucho. Sucesivos gobiernos no han hecho un ajuste beneficioso que permita abordar necesidades (no, no son gustitos, son cuestiones que requiere nuestro país) del sistema educativo.

La inversión en tecnología tiene cuestiones propias de país emergente (oh, sí, estos chicos del tercer mundo, que llegan tarde a todo) como que cuando nosotros traemos la rueda, el mundo que maneja el mundo (que es un mundo más chico… y si me lo permiten, no tan bueno) ya está debatiendo los modelos nuevos de aviones. No ser un país central está dispuesto porque la denominación de “central” no la pusimos nosotros, claro. Y así, la culpa de nuestra pobreza es nuestra. Se ve que no queremos ser Finlandia ni para los quesos. Debe ser eso. Una manga de pánfilos conformistas resultamos.

La renovación pedagógica se alude en todos los discursos, y los que no quieren hacer algo distinto se cagan de risa, sabedores que la jubilación (aunque te la pateen) va a llegar antes que todo cambio real, y con la tranquilidad que igual “cada aula es un mundo”, frase que se vuelve harto peligrosa cuando ese mundo tiene un emperador dormido. Ojo, que también están los “chicos nuevos”, estudiantes y recién recibidos que más temprano que tarde aprenderán que Montessori y Decroly son inaplicables entre limitaciones y desidia. Y que a Tonucci lo quieren todos pero queda dibujado. Y tendrá un lado bueno, porque invita a mediar la realidad con el ideal. Y tiene un lado malo, porque suele aplastarse sobre las nalgas de “y bueno, esto es así”. Y así está el lado más grande que se queda sentado en un músculo que está hecho también para caminar. Por supuesto, también están los “new ages”, que creen que la revolución es hacer todo de colores, música e internet, donde queda solapado que el salto de calidad nunca puede pasar por “darle” al chico lo que ya tiene hecho suyo. Esos que creen que el juego por sí mismo es educar flotan (navegar es otra cosa) en las mismas aguas. Claro, el juego PARA educar… requiere más trabajo. Y parte de ese trabajo es pensar objetivos, hacer planes, articular estrategias. ¿Pero tanto papel no era de viejos? Y no, es de profesionales (que debemos serlo). Si no te gusta el papel, usá la misma compu (que acá no se critica la herramienta, sino que se cuestiona el taller entero). Igual, que no se peleen unos con otros. Ya dije que nos han mandado por decreto el “officium lex” desde el principio. Porque… todo quedará en los discursos. Luego, ocuparán los escritorios de gestión (de niveles nacionales para abajo) (muy abajo en algunos casos) seres que tienen menos pedagogía que los muebles que gastan.

La implementación de una gestión eficiente en el control (recontra vapuleado) del ausentismo docente, porque sí, hay algunos que se zarpan. Y es carísimo. Sí, sí. Es carísimo. Claro, sale “millones de pesos” pagar a los que están de licencia. Y sí, a todos los truchos que se toman una licencia tras otra hay que hacerlos de goma. Sin duda. Pero hay otro precio carísimo también, y lo digo desde la tranquilidad de ser un tipo que no falta ni con fiebre (“¡Se hubiera quedado en su casa, profe!” me cantan entre el cariño… y la desesperanza de hora libre).Es ca-rí-si-mo el desprestigio. Es enorme el costo de permitir que se denigre la actividad docente asumiendo que hay un gran porcentaje que son de los chantas. El discurso de “son todos vagos” aplicado a los hombres y mujeres que tu hijo va a ver todos los días, que llegan con las fotocopias bajo el brazo, con las tizas en el bolsillo, y con la dedicación de hacer que los ríos de América, el sujeto y predicado y el factoreo no se rompan contra la paciencia que te cuesta hasta a vos cada vez que decís “te dije tres veces que hagas la cama”. Eso es muy caro. Te lo pagaría yo si pudiera. Te pagaría para que no lo hagas. Perdón, me corrijo, yo (como tantos otros) me rompo por pagártelo todos los días. Hoy nomás cinco veces tuve que re explicar (pensando cómo re formular, como ejemplificar) por qué existen bloques regionales en el mundo. En esta semana seis alumnos tuve llorando porque en la casa, en la calle, en la escuela, en la vida les pasó tal o cual cosa; cuatro días llevo de cenar a las 23.30 porque “colgué” preparando cosas para la clase de mañana. Disculpame, no me sale a veces. Pero te juro que lo intento todos los días. Si creés que estoy “pagando” poco, dame una mano. Porque yo si un día me quedé en la cama (un solo día en lo que va del año en mi caso), fue porque tenía fiebre. Creo que lo hacemos para demostrar que aun somos humanos. El resto de los días, como vos, salgo emponchado de frío, o arrastrado de calor, y estoy ahí cuando suena el timbre. Claro, gestión eficiente. Eso es control. Pero eso es acompañamiento. Eso es interés por lo que pasa en las aulas. Eso es capacitación. Eso es jugar en equipo. Con el profe tienen que formar el dire, el precep, el papi, la mami, los abus, tu prima y el ministro. Que si el partido es tan importante, como mínimo, alentemos todos.

Y las escuelas… esos antros. Esas cárceles de educación. Yo tuve la suerte de dar clases en escuelas donde papá te deja en la puerta a la mañana,  tenemos proyector y compu en cada aula y en el recreo elegís qué alfajor querés comer. Y también en otras donde el barrio se llama villa, los pibes vienen agujereados de hambre, y yo mismo llevaba los cartones para tapar los agujeros de las paredes por donde entraba el chiflete helado que se siente tanto más en las calles de tierra. Sí, es una suerte. Porque comprobé que hay docentes de mierda en todos lados, pública y privada, de barrio residencial o asentamiento. Porque encontré colegas preocupadísimos y comprometidos por igual en todos los ámbitos también. Porque -lo sé, es sorrrrrrprendente- pero yo soy el mismo “profe”, solo cambio de escuela cuando voy a dar clases. Pero son cárceles. Porque estamos presos de lo que nos falta. Les juro. Digo, para dar la educación que nos debemos (por deber de dignidad y por deber de necesidad), faltan cosas. O tal vez las hay. Pero (mantengo el tal vez, porque tengo mis dudas), si ese “tal vez” aplica solo a esas escuelas de élite donde la cuota es parecida a un sueldo (o mayor), nos faltan cosas. Nos falta mucho. Pero, ¿para qué hablar de lo que nos falta para ser lo que debemos y necesitamos… si nos falta lo mínimo? Si llevo tizas en los bolsillos, o pongo cartones en las paredes, o reparto el sanguche entre cuatro, o en cada curso tengo más de 40 pibes amontonados.

O si explota una conexión de gas.
En una escuela.
Y zafan de pedo los pibes. Por quince minutos zafan.
Y no zafan dos. Justo dos de esos que parece que son de esos que necesitamos.
Porque no nos sobran.
Porque vapuleados y todo, hay (les juro que hay) docentes que luchan por hacer docencia seria y responsable.

En un escritorio gastado nos van a decir que el presupuesto no alcanza. Sí, ya sabemos. Nunca alcanza. Hace años que no alcanza. Decir eso es como decirle a tu hijo que hoy no le vas a dar de comer porque no tenés nada en la heladera. Pregúntenles a los padres que no tienen nada en la heladera. Hay cuestiones que no se explican, se resuelven igual. Se saca de donde no hay. Porque tiene que haber, porque son prioritarias, porque son importantes, porque son decisivas.
Estoy hablando de un presupuesto que nunca alcanzó, que está  muy por debajo de la inflación. Y que no depende de los cálculos de un ministro. Depende de qué es importante, qué es prioritario, qué es urgente. Qué es necesario.

Imaginate la desesperación de llegar a un hospital retorcido de dolor y que no te puedan atender. Imaginate la desesperación de ver que se prende fuego tu casa y los bomberos no llegan. Imaginate la desesperación de ver a tu hijo con hambre y la heladera vacía.
El problema de la educación tiene una gran arista en que no se nota el efecto inmediato. Parece así, menos urgente. Y relaja la relación urgente-importante.


Qué mierda que para que se note no tengamos más a Sandra y Rubén.
Ellos son dos de los que estaban tempranito en la escuela.