domingo, 22 de diciembre de 2013

Despierto



"...solo nos dijimos cosas al oído...
...y si un día te encontrare una mañana..."

Andrés Calamaro


- ¿Estás molesto conmigo? - preguntó el viento.


El cóndor miró sin mirar, sus pupilas dibujaron un arco, como quien relojea que todo esté en su lugar en el cielo.

-Acá estoy para pasear un poco con vos, estuve ocupadísimo sacudiendo los árboles del Bosque Azul, soplando dientes de león de los campos y despeinando los rulos del océano Pacífico. ¿Te parece que juguemos bajo el sol del mediodía?-


El cóndor sintió un cosquilleo bajo sus plumas de solo imaginar el empujón de aire.

- ¡Vamos, decidí rápido que tengo que irme en un rato porque tengo cita con unos amigos del sur para armar remol
ino tras remolino todo lo que dure la tarde!- insistió risueño el viento.


- Ganas tengo, no hace falta que te diga lo bello que me resulta surcar el cielo con tu abrazo... - contesto pensativo el cóndor - ... pero... me queda como una vocecita cantando acá -por acá en algún lado de mí pecho-, algo como un huayno que cuenta lo mucho que vengo deseando compartir el vuelo del ocaso, y saber que no tengo que contar solo las primeras estrellas del verano-.

Para el cóndor -que de esto sabe de tanto andar pensando soledades que se esconden en las montañas- el encuentro que vale la pena tiene mucho más que coincidencias de vez en cuando.




(Foto: Gustavo Savelli)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

De batallas y cadenas




El 20 de noviembre de 1845, en la batalla de la Vuelta de Obligado, algo más de un millar de argentinos enfrentó a la armada anglo francesa en una gesta histórica donde pese a la amplia desventaja bélica, se marcó un hito de soberanía.
Y “soberanía” es la palabra clave acá, contrario a lo que muchos piensan, que es, tal vez, “victoria”.

¿Por qué un feriado nacional recordando una batalla perdida? En una pregunta de interpretación simplista vale una respuesta de lineamiento simple: Porque no se recuerda la batalla perdida sino lo que representó el hecho de pelearla.

Contexto y hechos primero. La armada anglo francesa era la mayor potencia del mundo y venían a abrir el Río Paraná como una vía comercial libre e internacional. La idea no era mala en absoluto ya que un río interior del continente americano que permitiera ingresar sus productos sin control de gobierno local alguno es un negocio harto eficaz. Y la situación interna era no solo propicia sino que maquiavélicamente determinante: La Banda Oriental (hoy Uruguay) bloqueada navalmente y presa da la misma guerra civil que se repartía cambiando nombres en uno y otro lado del Río de la Plata. Las Provincias del Litoral en profunda disputa con el gobierno central que se ejercía (o eso pretendía) desde Buenos Aires en la figura del Gobernador Juan Manuel de Rosas hacia todo ese territorio que aun buscaba su forma desde 1810. Y en este panorama de criollos contra criollos entre intereses económicos y políticos, ingleses y franceses (y portugueses por su parte) hacían su intervención modificando la balanza y aun cambiando el sistema de medición según sus propios objetivos.

En este panorama tenemos a los barcos de guerra de Inglaterra y Francia abriéndole paso… a casi una centena de buques mercantes, todos rumbo a Corrientes sin pedir permiso ni declarar equipaje. Y de este lado, apenas unas pobres baterías criollas con cañones viejos y en desuso, pocas municiones; un par de barcos que escaso despliegue bélico podían ya ofrecer… y las famosas tres cadenas cruzadas de orilla a orilla del Río Paraná.

Ni siquiera la figura de Juan Manuel de Rosas es el tema de debate para este feriado nacional. Controvertidísimo personaje de nuestra historia, el caudillo y gobernador al decidir las acciones de la Vuelta de Obligado define también una idea sobre qué es negociable y qué no en nuestra tierra. Y cada uno de los hombres que se pusieron tras un cañón o tomaron un fúsil en esa batalla marcan a fuego esa misma idea.

El Día de la Soberanía Nacional toma como referencia la Batalla de la Vuelta de Obligado, no porque sea una victoria ya que finalmente los barcos invasores lograron cruzar igual, y tampoco porque sean más patriotas quienes allí lucharon que los hombres del Combate de San Lorenzo, o los de la Revolución de Mayo, o los mismos chicos de Malvinas. La Referencia de la Batalla de la Vuelta de Obligado radica en una definición clara de soberanía: quién tiene el derecho de ejercer el poder sobre un territorio. La soberanía entonces no radica en la superioridad de fuerzas. Los criollos vencidos en el Río Paraná son los representantes de la soberanía de nuestra Patria para siempre tanto como nunca podrán conocer esa legítima cualidad (una vez más) los ingleses que ocuparon las Malvinas así lleven 30 años enarbolando su bandera en las Islas. Y el paralelismo si bien debe, cuidadosamente, acotarse al eje aquí expresado; permite acortar distancias de interpretación. No se trata de ganar o perder la soberanía. Se trata del legítimo derecho. Un derecho por el que se lucha y reclama mientras exista. Y existe hasta que se extingue en el ideal mismo y el ejercicio de un pueblo. Por eso hoy es RECLAMO (un pedido hecho según derecho) el que hacemos por Malvinas. Por eso es soberanía la defensa del Río Paraná realizada en 1845 más allá de los resultados.

Ya que estamos en interpretaciones, hay un par de razones más que validan el 20 de Noviembre como un día de referencia SIMBÓLICA. ¿Acaso no es un símbolo la defensa desventajosa y hasta rudimentaria frente al gigante invasor? ¿Acaso no es de ese material que se hacen también los héroes?

Y, claro, las cadenas… disculpen el romanticismo pero si alguien cree que esas tres pesadas cadenas cruzadas como un abrazo al río no son un símbolo tiene algo más que una cuestión de fe en su revisión. Nosotros, los de “rotas cadenas”; los mismo que hemos mezclado en nuestras epopeyas libertadoras a milicias de gauchos y esclavos con estrategas con la capacidad y habilidad (y entrega y nobleza) de la talla de Don José de San Martín; los mismos que en la conformación cotidiana de nuestra identidad nos vemos forjando día a día la construcción de una Patria que no esté presa de dictados nefastos del pasado ni libre de la memoria de lo que fue sangre y camino de lo que somos. Me imagino el recuerdo que no tengo de esa jornada de fuego sobre el Paraná, esas pesadas cadenas crujiendo en el embate de los navíos que buscaban forzarlas. Me imagino que recuerdo que la soberanía no es ganar o perder sino hacer todos los días con total entrega por esa palabra que refiere al padre pero es bien madre de todos.

lunes, 28 de octubre de 2013

Ya podemos votar


 "Democrática no es la institución que elimina la verticalidad 
sino aquella que no se aterroriza por los movimientos de las composiciones horizontales".
G. Kaminsky.



“¿Ya podemos votar?” preguntó más tímida que incrédula una de las chicas del grupo de adolescentes que ocupaban el centro del salón, sentados (o acostados) en el suelo, rodeados de adultos que cubrían todo el perímetro con sus sillas, sus papeles, sus recuentos de quórum, sus votos a manos alzada y su seriedad que se tornaba en risas de tanto en tanto.

La pregunta fue para salvarnos a todos. El debate venía siendo hace años sobre el Voto Juvenil en Scouts de Argentina (un movimiento educativo para niños, niñas y jóvenes) (y para todos). Pero a nosotros nos tocaba una porción más chica de ese mundo. Mientras que en el mundo más grande, Argentina ya había ampliado el derecho permitiendo que los jóvenes de entre 16 y 18 años puedan votar en comicios nacionales si así lo elegían. Y en nuestra porción del mundo con pañuelo, en una parte de General San Martín, Provincia de Buenos Aires, se acababa de dar “el momento” que esperábamos después de tres años ininterrumpidos de trabajo sobre el tema.

“¿Ya podemos votar?” preguntó y salvó a los jóvenes que estaban ansiosos por saber si realmente habían ganado (ellos mismos, claro) un nuevo ejercicio de sus derechos. Y salvó a los jóvenes que no se estaban dando cuenta que ya se había ganado algo, algo que esperaba ansiosamente madurar.

Y nos salvó a los grandes también. A los grandes que veíamos que era necesario arriesgar este juego para responder al pedido. El riesgo de saber únicamente que la única forma de saber si esto es mejor o no es haciendo que pase, que sea una realidad. Y a los grandes que ni eso sabían, pero miraban con ojos de hermano mayor a los jóvenes. Y salvó a los más temerosos. A los que temen que esto desarme todo lo que concebimos como el rol de educadores.

Nos salvó a todos al preguntarnos. Grandes y chicos se afirmaron en esa pregunta para saber que los roles no habían cambiado. Ahí estaba una adolescente de derechos ganados preguntando. Y no, no se confundan: no estaba pidiendo permiso a sus jefes. Estaba confirmando con sus hermanos mayores. Los roles seguían ahí, solo habían crecido en una relación de alianza.

Y nos miramos los grandes por un segundo. Exultantes unos, aliviados de contentos otros. La incomparable sensación de poder responder esa pregunta para así salvar nuestra propia inquietud. Esto es y debe ser una alianza. “¡Por supuesto que sí, ¿o no hincharon para esto?!” contestó con autoridad y tono risueño el adulto que presidía la Asamblea.

El procedimiento necesitará muchos ajustes. Todo es aprender. El primer paso que entendimos obvio no es solo la invitación como miembros de derecho a nuestros órganos de gobierno institucionales, sino reconocer cualidades que eso conlleva. Y sus derechos que son deberes: porque ahora los mismos jóvenes tienen derecho como el resto de los integrantes adultos a proponer temas para ser tratados en cada instancia. Descubriremos mucho más. Nos vamos a encontrar en encrucijadas de procedimiento y normativa que seguramente intentaremos ver desde la alianza intergeneracional y resolver de esa manera. Y que inobjetablemente debemos los adultos educadores trabajar como guías y hermanos mayores para salvaguardar cada paso de aprendizaje que dimos juntos y todos con esto.

El debate no pasa por si un adolescente está preparado o no para votar. Eso es una estupidez. Todos conocemos más que un puñado de adultos que no solo pueden llevarnos dolores de cabeza de consideración en cuanto a su “preparación”, sino que proclaman a viva voz su desidia y abrazan peligrosamente un discurso de “nada puede hacerse”. En esa línea me sale pensar que al menos los jóvenes son jóvenes, y supuestamente pueden estar exentos de tal juicio por eso. Pero… ¿y cuando un joven pide votar? ¿Cuando pide saber y participar y poder tener un rol activo en las decisiones? ¿Cuando pide tener responsabilidad en la elecciones y aprender de los resultados? ¡Ese pibe está pidiendo ser parte del juicio! Está pidiendo ser juzgado no solo por lo que es. Ni siquiera por lo que quiere ser. Está pidiendo que se le permita un banco en el juicio de lo que queremos construir.
El debate entonces no es la preparación. La preparación, el conocimiento, el conocer procedimientos; todo son herramientas; y el trabajo es ponerlas por igual al alcance de jóvenes y adultos. Y “por igual” significa con la misma posibilidad de acceso, que no necesariamente tiene que ser explicar de la misma forma, generar los mismos espacios de debate, machacar los mismos vicios desde ópticas de escritorio. La misma posibilidad de acceso es darle a la ballena tanto agua para nadar como necesite, y no darle tanto aire como pidió el águila. El debate que ya nos queda chico es la madurez de los jóvenes para votar. Claro que si ya aceptamos que madurar no es solo cuestión de edad. Si ya podemos reconocer que la “preparación” es algo a adquirir para todos. Si ya tenemos el innegable pedido de crecer de los que aun no son adultos (una locura, nos piden que los dejemos crecer). Madurez entonces no es más que tener buen juicio, sensatez, cierta prudencia y visión para las cosas. Si la generalidad nos iguala en casos terribles a grandes y no tanto; es hora de dar paso a que la oportunidad nos demuestre que en todo el espectro de edades hay de sobra ganas, criterio y compromiso para sumar.

Claro, ¿cómo preparamos a los jóvenes si ni siquiera podemos considerar que tenemos a todos los adultos a la altura de algo tan importante como el ejercicio democrático (en el ámbito que sea)? Primero, vuelvo al ejemplo iniciador: Probemos la alianza intergeneracional. No sea cosa que descubramos que no todo se prendió fuego en la Biblioteca de Alejandría y aprendamos algo que sea de construcción nueva. Segundo: Buen intento, pero, en el peor de los caso, los vicios y dificultades de los caballos para levantar vuelo nunca fueron razón para que las mariposas no pinten el aire (y créanme que me estoy cuidando muchísimo de no usar ejemplos de animales con interpretación política). Tercero: ¿Y qué pasa si…. descubrimos que los jóvenes nos salvan a todos, aun si nos salvan de nosotros mismos? ¿Qué quiero decir? Me permito una anécdota: Soy profesor de geografía y hay un tema que siempre me había costado cuando hacía la carrera. Me costaba entender por qué las corrientes frías de agua podían generar desiertos aun en zonas cercanas a los océanos. Era imposible concebir que no creciera vegetación a tan poca distancia del mar. ¡Y más aun que la culpa la tuviera un poco de agua fría! Hace algunos años cuando inevitablemente me tocaba dar ese tema a mis alumnos me vi en la salvaje necesidad de aprenderlo. No solo de entender: tenía que aprenderlo. Obtener más que el proceso y el conocimiento, volverlo un aprendizaje. No existe otra forma de poder enseñar que aprendiendo. ¿Cómo termina esto? Se me ocurre que, como me pasó a mí, puede que todos volvamos a aprender como sociedad no solo la importancia del buen, digno y constructivo ejercicio democrático sino también cada paso de sus procedimientos y responsabilidades, cuando nos veamos en la urgente necesidad de tener que acompañar a los jóvenes que (ya no solo desde los pupitres) nos demanden que expliquemos, orientemos y potenciemos algo que en el ideal “es cosa de grandes” (como las corrientes frías son “cosas que saben solo los profes de geografía”). Tal vez en su afán de crecer nos den la excusa para hacerlo también al tener que recordar de qué iba la cosa esta de la democracia, ese ejercicio en el que –dicen- su fuerte es que construye a partir de la suma de las opiniones.

Ni hablar desde la idea de institución que construye cada miembro en el sentido gigante que tiene la premisa de educar para la democracia. Cada institución es no solo un espacio de reproducción sino de resguardo de lo que la sociedad quiere para si misma. Hay aquí una idea central donde educar para la democracia no es solo educar para integrarse a la participación ciudadana en cuanto sus procedimientos dados, sino también tomar parte en mejorarlos y con ello a la democracia misma. Claro que para esto prima la idea de un ejercicio dinámico. La democracia es la esencia misma de la identidad a partir de la construcción popular en las decisiones; pero por eso no puede ser un entramado de rigidez de prácticas y postulados sino un espacio de fundación y refundación que responda a cada sociedad y tiempo. Y lo es tanto como lo es cada individuo que es parte y, en ese sentido, las instituciones no pueden en aras de defender sus postulados intransigentes como sagrados pilares de la sociedad ser férreos anclajes que, en definitiva, limitan y obstruyen el movimiento de la libertad y la construcción de un bienestar común. Y educar para la democracia y la libertad tiene un gran componente de inclusión que permita reconocer cuando ese bienestar común ha cambiado en cuanto a las características que tuvo y se consideraron valiosas en el pasado. No tiene esto un sentido fatalista de desarraigo y ruptura. Todo lo contrario: las instituciones sobreviven a los tiempos permitiendo el reconocimiento y el resguardo de la sociedad a través de su existencia. Pero para ello son permeables al tejido social, a las motivaciones de cada nueva era y su contexto; adaptándose una y mil veces como única forma de ganar tal fortaleza que no solo les permita vigencia, sino también vitalidad para ofrecerse como espacios de guía y fundamento en el accionar de los sujetos que les dan sentido.

Todo esto empezaba con algo que parece más tonto: La Asamblea 2013 de mi Distrito de Scouts de Argentina (apenas una partecita muy pequeña de una institución educativa y más pequeña aun de la sociedad toda) tomó la decisión de decir sí al Voto Juvenil. No, no es más tonto. Es enorme. Es enorme porque es lo mismo. Es una oportunidad más de los jóvenes de ser los protagonistas que tanto les demandamos con frases hechas que sean. Y es la oportunidad nuestra, de los adultos, de salvarnos. Porque, a veces pasa, los jóvenes hacen preguntas para salvarnos a todos, siempre y cuando hagamos nuestra parte.

Sí, chicos. Pueden votar.



viernes, 17 de mayo de 2013

El verano de los dictadores.



Tengo un problema con la muerte de los genocidas.
No puedo festejarla. No me sale sonreír y decir simplemente que se fue una basura más.

Pienso en una historia de aventuras en el Viejo Oeste de Hollywood. Veo al muchacho, noble e intrépido, enfrentarse a duelo con aquel asesino vestido de negro y con una cicatriz desde la comisura del ojo hasta los labios. Pienso en un duelo de revólveres. Los dos desenfundando como un relámpago. El estrépito de los disparos como si solo fueran uno. La cámara muestra la cara del muchacho: serio, con los ojos exaltados casi hasta la lágrima. Con una mueca de dolor y furia. Luego, el oscuro contrincante: rostro relajado. E incluso sonríe deformando aun más su cicatriz. Claro. Yo sé que en Hollywood se pasa al plano general para darnos un segundo más de vértigo y luego el asesino cambiará la mueca, escupirá sangre, se tocará la herida en el pecho y caerá. Y el muchacho seguirá ahí, sin festejos, sin sonreír. Agotado hasta lo exhausto de la faena de hacer una cabalgata larguísima de algo que busque parecerse a la justicia, montado en apenas una mula de resarcimiento y fuego.
Pienso en esa historia y al malo "le dan su merecido", aunque esto sea una mezcla de emociones y circunstancias de nuestro héroe nomás.
Pienso en esa historia. Y pienso en lo desgastante que es enfrentarse a la maldad y entiendo que no hay héroe que festeje ni la muerte del peor demonio. Por lo agotadora que resulta la empresa. Porque la mano que acciona el gatillo cae presa en ese mismo instante de algo más que una búsqueda de justicia. Y vivir con eso tampoco es fácil.

Me voy del cine que armé en mi cabeza. Porque me incomodó la butaca. Arranqué pensando que me faltaba ese muchacho en la muerte de esta basura; y me voy cuestionando cuánto hay de justicia en pedir que alguien se juegue ese infierno. Lo que estoy seguro es que, al menos, entiendo por qué no da armar una kermese cuando se muere un hijo de puta. 

Entonces, sigo teniendo un problema con la muerte de los genocidas. Aunque ya no son las voces que parecen vivar a la parca. Y tampoco es el sabor a poco de que eso suceda.

Sí, debo ser yo, pero me preocupa la constancia para hacer el bien. Hacer el bien es algo en extremo complicado. En general es más difícil que hacer el mal. En cobres es muchísimo menos provechoso. En amigos... bueno, digamos que uno puede ganarse enemigos más fácilmente (y no solo porque hacer amigos es mucho más complejo). Y, claro, es desgastante. Es un trabajo de todo el tiempo. Solo pensar que a cada paso, a cada segundo, en cada latido, tenemos una oportunidad todo el tiempo en todo momento de hacer algo bien o mal. Y lo que es peor, así son tantas oportunidades para hacer el bien y el mal en si mismos. Y no me alcanza. Pegado al viento frío de la madrugada suele venir el frío que nos da también saber que existe el viento frío. Y no hay abrigo que alcance, porque el "bien y el mal" son dos ideas tan puras como posibles de ponerse en juego según el invierno que nos toque.  Y es tan así, tan todo el tiempo. Y hemos tenido tanto invierno en las veredas y en el alma que la helada nos fue vejando la mirada. Porque si ponemos los ojos en lo que pasa afuera se nos hielan los párpados, cuesta ver. Porque hay gente que se acostumbra a vivir abrazada a la estufa hasta perder la relación entre el calor y el frío. Y así cree que todo el tiempo se ve una especie de veranito. 
Miradas vejadas, oportunidades que se suceden unas tras otras para hacer las cosas distintas.
Y se muere un genocida y me preocupa la constancia para hacer el bien. 

Creo que mi problema son los símbolos. Cuando voy por la montaña a veces me pasa buscar mis propias huellas en la nieve cuando voy ascendiendo. Veo el camino que llevo recorrido y veo el trecho que aun me quedará a la vuelta si quiero volver a casa para poder contarlo. Así, mis pisadas son un símbolo para mí, que se paran frente al cansancio alzando la voluntad. 
¿Qué pasa si me preocupa perder así a un símbolo como Videla? Cada pedazo de mierda que respira nuestro mismo aire nos sirve como recordatorio de que es un trabajo de todos y de todos los días de nuestra vida. Cada asesino de nuestra historia mantiene viva la memoria, herramienta fundamental del aprendizaje. Yo pensaba cuántos de estos ancianos miserables significan un símbolo de que hay algo que todavía está lastimando. No es solo la herida de lo que hicieron. Es la herida sangrante que tiene hoy la justicia, es la necesidad de tomar parte para hacer lo que nos corresponde para "el bien". Para el de todos.

Así, un dictador es un símbolo. Como lo es que el muchacho, agotado hasta el llanto, se enfrente al oscuro pistolero. Como lo es cada sentencia de justicia. En los estrados y en las calles.

Mi problema no es la muerte de los genocidas. Mi problema son los símbolos.
Y lo que significa que una basura así se pueda ir de la misma forma que se va tu abuelo, no por la muerte, sino por lo que se llevó en la vida y lo que debiera llevarse.

Vuelvo al Viejo Oeste y me imagino que ese muchacho se volvió una leyenda. Que se cuenta la historia de sus aventuras y de su valentía. Y que todos los chicos quieren salir a atrapar a los "malos" para seguir sus pasos. Así aparece el cartel de "fin" y sé que tras la pantalla negra la historia sigue.

Mi problema no es la muerte en si misma. Es que me preocupa la dificultad que conlleva la constancia para hacer el bien. Y que, como la voluntad en las montañas, necesita de símbolos que no nos permitan dejar de caminar.

Pienso en este hijo de puta de Videla, que murió condenado por la gente y por la justicia cien veces, y como si fuera la última sonrisa del asesino de la cicatriz, no se arrepintió nunca de nada. Pienso en eso y también confundo la justicia con las ganas de acariciar el gatillo. Con bronca en los ojos quisiera ser ese muchacho.

Pero no lo soy. O sí. Pero más aun soy un tipo preocupado por la constancia para el bien. Por eso, mi problema es que me preocupa que cada muerte nos relaje y creamos que todo invierno ya pasó.
Y al abrigo de esas seguridades no veamos la helada.
O peor aun, dejemos de hacer nuestra fervorosa parte para construir un mundo sin dictadores esquimales.