jueves, 24 de marzo de 2022

Gracias

Hoy volví a LA plaza. Hoy volvimos, muchos y muchas. Me hizo dudar la lluvia y el viento, pero me arriesgué. Porque después de dos años de ausencia obligada, esa plaza de madres, abuelas, hijos e hijas nos estaba esperando.

La Memoria es un ejercicio activo, debe serlo. Es el trabajo día a día por esas cosas que queremos que pasen, y por esas cosas que Nunca Más deben repetirse. La búsqueda de la Verdad y la Justicia no son opciones. No para quienes practicamos la Memoria. No para quienes sabemos que hay un mundo mejor que debe construirse, y uno peor que acecha entre las grietas más nefastas.
Hoy tuve momentos de llenarme los ojos de humedad y momentos de sonreír en este regreso a nuestra plaza.
Cuando caminaba mezclándome entre las columnas de gente… de gentes. Cuando vi tantas banderas, pañuelos, consignas e imágenes que nos dicen que los presentes son muchos más que los que ahí estamos. A mí me emocionan esas cosas. A mí me emocionan las luchas de todos los que luchan por todos.
Vi a dos mujeres que seguramente no se conozcan. Que improbablemente se hayan siquiera cruzado entre tanta multitud. Una, anciana ella, con un tapado marrón que no terminaba de abrigar su frío; y maquillada como hermosa señora coqueta. Y su barbijo intervenido con un “Son 30.000”. Justo cuando pasé al lado de ella, un muchacho de veintipico la saludó, estirando el brazo por sobre las cabezas de otros. “Qué lindo verte acá” le dijo ella. “Te quiero mucho” le dijo él. Sí, claro que sí. Todos la queremos. Y mucho. Dos cuadras más tarde, frente a la Catedral, vi a la otra mujer, con un globo que decía “Nunca más”, montada sobre los hombros de su papá. Rondaba los cinco años y -emponchadita en su abrigo- miraba maravillada tanta gente, tantas banderas, tanto redoblante, tanto de todo. Le pregunté al padre si podía sacarle una foto, porque me pareció una postal hermosa. La foto salió mal. Y dirigido por mi propia poesía (tengo momentos así) me dije que claro, no entraba en una foto lo que yo estaba viendo. Y guardé el celular otra vez.
Mientras caminaba de a pasitos entre la marea de gente, escuché una consigna desde el escenario. Ese mismo escenario que estalló cuando Madres y Abuelas, viejitas y gigantes, lo ocuparon un ratito. Pero un poco antes, desde el micrófono alguien dijo “Levanten la mano los que nacieron después del 83”, y millares de brazos se elevaron. Yo sonreí, con mis manos en el bolsillo, por frío y por honestidad. Y por los parlantes la misma voz decretó “Ustedes que no vivieron la dictadura, están acá. Están demostrando que la historia está viva en ustedes. Que no necesitaron padecer lo mismo que nosotros para defender esta lucha. ¡Gracias, muchas pero muchas gracias!”. Sonreí otra vez, miré a la parejita que tenía al lado, ambos aún con su mano levantada, y repetí “Gracias”.
La Plaza llena de gente así, de historia y de lucha, permite eso: sonreír con los ojos húmedos.