Sí, la Educación viene molida a palos hace
mucho. Sucesivos gobiernos no han hecho un ajuste beneficioso que permita
abordar necesidades (no, no son gustitos, son cuestiones que requiere nuestro
país) del sistema educativo.
La inversión en tecnología tiene cuestiones
propias de país emergente (oh, sí, estos chicos del tercer mundo, que llegan
tarde a todo) como que cuando nosotros traemos la rueda, el mundo que maneja el
mundo (que es un mundo más chico… y si me lo permiten, no tan bueno) ya está
debatiendo los modelos nuevos de aviones. No ser un país central está dispuesto
porque la denominación de “central” no la pusimos nosotros, claro. Y así, la
culpa de nuestra pobreza es nuestra. Se ve que no queremos ser Finlandia ni
para los quesos. Debe ser eso. Una manga de pánfilos conformistas resultamos.
La renovación pedagógica se alude en todos los
discursos, y los que no quieren hacer algo distinto se cagan de risa, sabedores
que la jubilación (aunque te la pateen) va a llegar antes que todo cambio real,
y con la tranquilidad que igual “cada aula es un mundo”, frase que se vuelve
harto peligrosa cuando ese mundo tiene un emperador dormido. Ojo, que también
están los “chicos nuevos”, estudiantes y recién recibidos que más temprano que
tarde aprenderán que Montessori y Decroly son inaplicables entre limitaciones y
desidia. Y que a Tonucci lo quieren todos pero queda dibujado. Y tendrá un lado
bueno, porque invita a mediar la realidad con el ideal. Y tiene un lado malo,
porque suele aplastarse sobre las nalgas de “y bueno, esto es así”. Y así está
el lado más grande que se queda sentado en un músculo que está hecho también
para caminar. Por supuesto, también están los “new ages”, que creen que la
revolución es hacer todo de colores, música e internet, donde queda solapado
que el salto de calidad nunca puede pasar por “darle” al chico lo que ya tiene
hecho suyo. Esos que creen que el juego por sí mismo es educar flotan (navegar
es otra cosa) en las mismas aguas. Claro, el juego PARA educar… requiere más
trabajo. Y parte de ese trabajo es pensar objetivos, hacer planes, articular
estrategias. ¿Pero tanto papel no era de viejos? Y no, es de profesionales (que
debemos serlo). Si no te gusta el papel, usá la misma compu (que acá no se
critica la herramienta, sino que se cuestiona el taller entero). Igual, que no
se peleen unos con otros. Ya dije que nos han mandado por decreto el “officium lex” desde
el principio. Porque… todo quedará en los discursos. Luego, ocuparán los
escritorios de gestión (de niveles nacionales para abajo) (muy abajo en algunos
casos) seres que tienen menos pedagogía que los muebles que gastan.
La implementación de una gestión eficiente en
el control (recontra vapuleado) del ausentismo docente, porque sí, hay algunos
que se zarpan. Y es carísimo. Sí, sí. Es carísimo. Claro, sale “millones de
pesos” pagar a los que están de licencia. Y sí, a todos los truchos que se
toman una licencia tras otra hay que hacerlos de goma. Sin duda. Pero hay otro
precio carísimo también, y lo digo desde la tranquilidad de ser un tipo que no
falta ni con fiebre (“¡Se hubiera quedado en su casa, profe!” me cantan entre
el cariño… y la desesperanza de hora libre).Es ca-rí-si-mo el desprestigio. Es
enorme el costo de permitir que se denigre la actividad docente asumiendo que
hay un gran porcentaje que son de los chantas. El discurso de “son todos vagos”
aplicado a los hombres y mujeres que tu hijo va a ver todos los días, que
llegan con las fotocopias bajo el brazo, con las tizas en el bolsillo, y con la
dedicación de hacer que los ríos de América, el sujeto y predicado y el
factoreo no se rompan contra la paciencia que te cuesta hasta a vos cada vez
que decís “te dije tres veces que hagas la cama”. Eso es muy caro. Te lo
pagaría yo si pudiera. Te pagaría para que no lo hagas. Perdón, me corrijo, yo
(como tantos otros) me rompo por pagártelo todos los días. Hoy nomás cinco
veces tuve que re explicar (pensando cómo re formular, como ejemplificar) por
qué existen bloques regionales en el mundo. En esta semana seis alumnos tuve
llorando porque en la casa, en la calle, en la escuela, en la vida les pasó tal
o cual cosa; cuatro días llevo de cenar a las 23.30 porque “colgué” preparando
cosas para la clase de mañana. Disculpame, no me sale a veces. Pero te juro que
lo intento todos los días. Si creés que estoy “pagando” poco, dame una mano.
Porque yo si un día me quedé en la cama (un solo día en lo que va del año en mi
caso), fue porque tenía fiebre. Creo que lo hacemos para demostrar que aun
somos humanos. El resto de los días, como vos, salgo emponchado de frío, o
arrastrado de calor, y estoy ahí cuando suena el timbre. Claro, gestión
eficiente. Eso es control. Pero eso es acompañamiento. Eso es interés por lo
que pasa en las aulas. Eso es capacitación. Eso es jugar en equipo. Con el
profe tienen que formar el dire, el precep, el papi, la mami, los abus, tu
prima y el ministro. Que si el partido es tan importante, como mínimo, alentemos
todos.
Y las escuelas… esos antros. Esas cárceles de educación. Yo tuve la suerte de
dar clases en escuelas donde papá te deja en la puerta a la mañana, tenemos proyector y compu en cada aula y en
el recreo elegís qué alfajor querés comer. Y también en otras donde el barrio
se llama villa, los pibes vienen agujereados de hambre, y yo mismo llevaba los
cartones para tapar los agujeros de las paredes por donde entraba el chiflete
helado que se siente tanto más en las calles de tierra. Sí, es una suerte.
Porque comprobé que hay docentes de mierda en todos lados, pública y privada,
de barrio residencial o asentamiento. Porque encontré colegas preocupadísimos y
comprometidos por igual en todos los ámbitos también. Porque -lo sé, es
sorrrrrrprendente- pero yo soy el mismo “profe”, solo cambio de escuela cuando
voy a dar clases. Pero son cárceles. Porque estamos presos de lo que nos falta.
Les juro. Digo, para dar la educación que nos debemos (por deber de dignidad y
por deber de necesidad), faltan cosas. O tal vez las hay. Pero (mantengo el tal
vez, porque tengo mis dudas), si ese “tal vez” aplica solo a esas escuelas de
élite donde la cuota es parecida a un sueldo (o mayor), nos faltan cosas. Nos
falta mucho. Pero, ¿para qué hablar de lo que nos falta para ser lo que debemos
y necesitamos… si nos falta lo mínimo? Si llevo tizas en los bolsillos, o pongo
cartones en las paredes, o reparto el sanguche entre cuatro, o en cada curso
tengo más de 40 pibes amontonados.
O si explota una conexión de gas.
En una escuela.
Y zafan de pedo los pibes. Por quince minutos
zafan.
Y no zafan dos. Justo dos de esos que parece
que son de esos que necesitamos.
Porque no nos sobran.
Porque vapuleados y todo, hay (les juro que
hay) docentes que luchan por hacer docencia seria y responsable.
En un escritorio gastado nos van a decir que
el presupuesto no alcanza. Sí, ya sabemos. Nunca alcanza. Hace años que no
alcanza. Decir eso es como decirle a tu hijo que hoy no le vas a dar de comer
porque no tenés nada en la heladera. Pregúntenles a los padres que no tienen
nada en la heladera. Hay cuestiones que no se explican, se resuelven igual. Se
saca de donde no hay. Porque tiene que haber, porque son prioritarias, porque
son importantes, porque son decisivas.
Estoy hablando de un presupuesto que nunca
alcanzó, que está muy por debajo de la
inflación. Y que no depende de los cálculos de un ministro. Depende de qué es
importante, qué es prioritario, qué es urgente. Qué es necesario.
Imaginate la desesperación de llegar a un
hospital retorcido de dolor y que no te puedan atender. Imaginate la
desesperación de ver que se prende fuego tu casa y los bomberos no llegan.
Imaginate la desesperación de ver a tu hijo con hambre y la heladera vacía.
El problema de la educación tiene una gran
arista en que no se nota el efecto inmediato. Parece así, menos urgente. Y
relaja la relación urgente-importante.
Qué mierda que para que se note no tengamos
más a Sandra y Rubén.
Ellos son dos de los que estaban tempranito en la escuela.