viernes, 19 de marzo de 2021

Silencio

 Tengo un vecino que vive en el piso de arriba. Y gran tiempo de esa vida se queja de mis perros. Que le molestan porque ladran, que los escucha por las noches, que lo fastidian durante el día. Mis perros, en cambio, no tienen nada contra él. Y duermen toda la noche al lado de mi cama; y gran parte del día repiten siesta para llegar descansados a la noche. Cuando no hacen eso, hacen cosas de perro, como todos los perros.

Tengo un vecino que vive en el piso de arriba. Justo al lado de otro departamento donde una chica a medianoche empezó a gritar por ayuda. Miento, empezó a llorar por ayuda. Con marcas en el cuello aun calientes y su hija durmiendo entre violencia, esa mujer se asomó al balcón llorando por ayuda. Mi vecino no se quejó. No dijo nada. Solo cerró sus ventanas y persianas.
Ahora lo entiendo: A mi vecino le molestan todos los ruidos.
.
(Yo no soy de escribir historias sobre mí en primera persona.
Hoy tampoco escribo sobre mí.)

domingo, 7 de marzo de 2021

Banderas

 Supongo que uno también escribe para descargar el alma. Yo hace un año exacto hoy que no tengo ni puta idea cómo desarmar este nudo en mi garganta. No sé lidiarlo, no sé componerlo, no sé dónde poner el golpe, no sé acurrucarme del frío. Hace un año lloré, y seguro que mucho menos de lo que necesitaba. Lo sé porque llevaba un par de años sin llorar. Lo sé porque llegué hasta hoy con esas ganas de sacar mierda entre lágrimas, de vomitar toda la pena que pueda. Pero no me sale. Me cuesta llorar, y no es que no quiera, que no me lo permita. Te juro (porque te hablo a vos) que necesito imperiosamente llorar, lo siento ahogarme en el cuello y estallarme en los ojos al llanto, pero no me sale. Y me enojo, y me parto, y acá estoy. Y un año después no sé aún qué hacer con todo esto. Supongo que uno también escribe para descargar el alma.


Te extraño. Te sigo buscando. No puedo dejar de verte en los sitios que no ocupás más. Y no tengo forma de expresar esta pena de manera que se entienda la dimensión. También me pregunto de qué serviría que tal o cual lo intentara entender. Pero ya no sé qué hacer. Estoy tan solo sin vos. Y por más que hay dos o tres de esas personas imprescindibles que siguen viniendo a mí una y otra vez, que tienen una tenacidad y corazón enormes para no soltarme la mano, no puedo evitar sentirme solo sin vos. En el infierno que supo ser mi vida incluso cuando no tenía mucho más que coraje para intentar cambiarla, vos me salvaste.  Todo me salvaste. De verdad me salvaste. En algunas cosas, de formas que ni te enteraste (¿o sí?). ¿Y ahora qué hago sin vos acá? Fuiste lo único que de su primer mirada hasta que te fuiste estuvo ahí, constante y firme, aun en mis versiones de mierda. Me enseñaste que sí, que hay que quedarse cuando se quiere a alguien, a veces solo estar ahí es la diferencia con toda la oscuridad posible. Me obligaste a seguir levantándome esos días que vivíamos en el peor tugurio y no nos alcanzaba ni para comer, y yo sentía que el mundo era demasiado. Me dabas calor en un colchón gastado donde dormíamos juntos, y yo rozaba mis dedos por tu pelo y apretaba los dientes pensando cómo aguantar la vida así. Pero me levantaba con el invierno en mi cabeza y el frío entrando por las paredes rotas de esa habitación, y vos te levantabas conmigo para confirmar que rendirse no era opción. Y eras un quilombo cuando me veías volver, así te hubieras cagado de hambre y soledad más que yo. La gente no lo sabe, pero si no hubiera sido por vos, yo sé que todo hubiera sido muy distinto. Tal vez me hubiera rendido, porque sí, en esos años de calles duras y orfandad, los dos sabemos que había días que, de verdad, ya no quería creer en amaneceres. Pero sin dudas, yo hoy sería otra cosa sin vos. Hubiera caído en lugares oscuros de esos que hoy mismo me dedico a tender la mano para intentar sacar a los demás. Y me hubiera vuelto un tipo de verdad despreciable, que haría que todo el mundo se lo piense antes de usar algunas categorías como esa tan livianamente. Vos fuiste siempre mi brújula. Y siguiéndote pase de la calle y de tugurios a nuestra primera casa digna, que tampoco era la mejor, pero era digna porque con vos descubrí que el camino siempre es ese: la dignidad. Y en esa casa estábamos y era el resultado de no haberse rendido. Como lo fue cada mudanza juntos… nunca te lo dije, pero en cada cambio de casa que tuvimos, me sentía tan feliz de haberte devuelto un poco de todo lo que me entregaste. Cuando pasaste al patiecito de una, o al patio y la terraza enorme de la otra, o ni hablar del parque de la última. Eso es por todas las veces que no me dejaste caer. Por las noches de estudio para que siga dándole forma al tipo que quería ser. Por el aguante en las horas de esperarme entre mis mil laburos, hasta que ya no tuvimos que pensar nunca más en si íbamos a tener hambre, y pasamos a elegir qué queríamos comer. Fuiste todo lo que tengo. 


Y ahora me pasa esto, que tengo mucho miedo de que todo lo bueno de mí se haya ido con vos. Y me siento muy solo, y te extraño, y te necesito. Y no puedo con tanta tristeza. Y te quiero tanto, mi perrito. Estoy a un paso de los cuarenta, pero los dieciséis años con vos fueron toda mi vida. Ahora no sé bien qué hacer con todo esto.


Porque las que me quieren me ven hecho un fantasma que esquiva su propia sombra. Porque todo quien quiere a su perro, imagina mi congoja. Pero nadie entiende que de verdad yo no estaría acá, yo no sería esto que soy, si no fuera por vos. Vos me salvaste la vida. Y que no se trata solo de la compañía que significabas, sino que vos fuiste el único bastión real a muchas de mis soledades. Llevo un año llorándote sin poder llorar. Todo fue ayer cuando partías. Intento no pensar pero tampoco dudar de todo lo que luchamos juntos tus últimos meses. Pero no sé. No sé si es porque tengo un miedo inmenso de no haber hecho más, o porque tengo que aceptar que siempre la tristeza hace estas cosas cuando alguien que queremos ya no está. Y yo que he perdido tanto en mi vida, siempre te tuve a vos para recordarme, para obligarme, y para enseñarme que acá se sigue caminando, que no se rinde nadie, y que no hay nada más digno que ser mejor versión de lo que fuiste ayer.


Vos, mi Antonio, fuiste y sos, lo más digno, compañero y constante de toda mi vida.


Y acá estoy así, agotado de tanta trinchera, de tanta mochila, e intentando seguir caminando y siempre hacerle frente a las sombras. Te juro que acá estoy, que no me rendí. Pero me ayudaría mucho pero mucho que te subas conmigo al sillón y pudiera abrazarte fuerte mientras armo mis pedazos.


Te quiero mucho, cachorro.

Gracias.

“Si querés mi vida, te la puedo regalar.”