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Se acomodó el Hadita en el rincón más oscuro de la morada oscura. La noche, sin embargo, no era tan oscura.
Ella sonrió y el León Marcado se hizo el que protestaba entre dientes. Y luego sonrió él, aunque entre dientes otra vez. El Hadita tenía ese poder. “Cosas de hadas” decía el León como si se quejara.
Y la noche era aun menos oscura.
Un cuento se apareció en la morada. Al León le gustaba ver como los cuentos inflaban el pecho para empezar a ser. Y este era un cuento pequeñito. O eso decía.
El León miró de reojo al Hadita. El Hadita seguía sonriendo. Por los cuentos, por el León. Por la luz en esa noche oscura.
Y el cuento empezó diciéndose a si mismo: ¿Te puedo contar un cuentito?, ¿uno bien cortito?
- No se pregunta eso – dijo el Hadita
-¿Aunque se me haya ocurrido recién recién?, ¿aunque aun cuando empiece a contarlo le voy a ir asignando las palabras sobre la marcha? – se emocionó el cuento.
- Ya estoy con frazada encima, sentada como india, y con esa "sonrisa de cuento" –
-No te acomodes mucho... – dijo el León Marcado
- ¿Por? – preguntó ella.
-Porque se ve que es un cuento corto. Creo que no llevará más de unos segundos – dijo el León. Algunos decían que el León sabía de cuentos.
- Igual, lo ameritan esos segundos – dijo el Hadita. Ella siempre los mimaba a los cuentos....
El otro día me senté en una silla que siempre tengo al lado de la estufa en el invierno. Había pasado por una de esas noches en las que uno corre y se preocupa por la gente. “Más viejo y más cansado” decía el poeta, y a veces así se siente. Pero había pasado una noche de esas en las que uno sale preocupado. Una noche de mucho frío y lluvia en las que más viejo y cansado no importa. Importa el otro. Y uno sale por el otro.
Y, les contaba, sentado al lado de la estufa (esa que tiene una silla siempre a su lado en el invierno) me dije "que dicha eso de aun tener amigos que me hacen salir corriendo entre la noche y el frío preocupado por ellos".
Noche, frío y lluvia. Estoy repitiendo mucho eso. Será que la amistad no es fácil. Y siempre dije que es muy difícil ser mi amigo. Yo no creo que pudiera serlo.
Bueno, el caso es que había pasado una noche de esas (de frío y lluvia). Una noche de esas que uno corre por el otro. Por que se preocupa uno. La amistad es así.
Me puse a pensar, ya de regreso, en mi silla, al calor de la estufa (y era invierno, ¿les dije?) en cuántos amigos uno puede contar.
¿Alcanza con una mano?
¿Necesitaré los dedos de las dos?
Y me dí cuenta que es paradójico hasta casi rozar la ironía: Ocurre que en los momentos de crisis es cuando no puedo contarlos.
Resulta que cada vez que se viene la tormenta no puedo tildar uno a uno mis dedos, poniendo mentalmente en ellos el nombre de mis amigos.
Cuando hay tempestad, siempre, inevitable e ineludiblemente, ellos me estrechan sus manos alrededor de las mías.
.Fuertes
. Firmes
. Cálidos
Y no puedo contar con mis dedos.
Y así, cubiertas mis manos por las suyas, no hace falta.
Porque no cuento con mis dedos, cuento con ellos.
La amistad no es fácil. Pero, a fin de cuentas, el frío, la noche y la lluvia son una parte del camino.
Acá se siente el calor de la estufa.
A esta silla le puse un nombre con letras grandes en el respaldo.
. La llamo “Amigo”
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- No era tan pequeño. Casi gigante diría.
El León sonrió. Ya no entre dientes.
La noche no era tan oscura.
Ni tan fría.
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