martes, 31 de octubre de 2023

¿Acaso se puede estar más triste?

 Hoy leí comentarios de gente diciendo que ya están hartos con "lo de Mathew Perry".

Imaginate pasar por el potrero donde fuiste feliz en tu infancia. Al costado de esa cancha llena de posibilidades que armaste con tus amigos, está el árbol donde la chica que te gustaba te sonrió distinto por primera vez. Contra el paredón de la fábrica abandonada donde hacías el arco con dos ladrillos, ahí tomaste una coca fría aquel verano agobiante, ahí planeaste un viaje imposible y lleno de aventuras con tu mejor amigo. Otra vez, en ese claro rústico y entrañable, fuiste a trabar una pelota con más fuerza que puntería y te raspaste la pierna con la tierra hasta sangrar, pero te acordás más de tu vieja limpiándote la herida al volver a tu casa que del partido perdido.

Nostalgia, mariposas en la panza, sueños y pactos eternos. Todo cabe en el recuerdo. 

Bueno, eso es Chandler para nosotros.

Y ahí está la vida diciéndonos qué potreros ya no podemos pisar, pero van a tener magia toda la vida.




* El pasado 28 de octubre de 2023 falleció el actor Mathew Perry a los 54 años de edad. Chandler, su personaje icónico en la serie Friends, marcó a toda una generación.

viernes, 30 de junio de 2023

Perfecciona


"Si cruzo mares y abrazos.
Si por si acaso el tiempo no se duerme.
Siempre elegiré por detenerme
para verte"
B. Amadeo


Hay dolores, angustias y tristezas que no son malas. Sí, siempre es jodido transitarlas, pero de eso se trata, porque en ellas nos transformamos, crecemos, aprendemos y valoramos las cosas que queremos repetir, las que queremos conseguir y las que vamos a poner todo lo necesario para que no vuelvan a suceder.


Hay dolores, angustias y tristezas que nos despiertan a ser mejores.

Recuerdo haber visto más de una vez a alguno de mis perros mover sus patitas mientras soñaban, y ahí me acercaba despacito para acariciarlos y hablarles suavecito para cobijarlos de alguna posible pesadilla.


En los campamentos siempre se escucha un llamado, una tos o un lagrimeo, y así hagan tres grados y el pasto tenga escarcha, salgo de mi bolsa de dormir y voy de carpa en carpa buscando atender si alguien se destapó, si hubo algún susto o si las ganas de ir al baño necesitan acompañante para cruzar la noche.


Cierta vez, discusión mediante con una pareja, resolví ir a darme una ducha acompañado solo de mi enojo pero no funcionó: la escuché a ella que empezó a llorar y en unos segundos estaba chorreando sobre el piso para darle un abrazo mientras mi enfado quedaba del otro lado de la cortina solito.


Otro día tenía que rendir un examen parcial muy importante para no perder una materia, pero mi amigo me contó que su mascota había fallecido… y mi amigo era mi mejor amigo. Su tristeza era bien entendible para mí, que algo entiendo de buenas amistades y de amor a los perros, así que tuve que recursar esa materia.


O aquella vez que con mi mejor amiga estábamos mirando una película y en medio de la madrugada llegó un mensaje de un amigo que teníamos en común. Él estaba mal y, mensaje va, mensaje viene, mi amiga le dice “¿Querés que vayamos un rato?”. “Si quieren…” contestó él, un poco porque quiere y otro porque vivimos a cuarenta kilómetros de distancia. Y ahí fuimos, a hablar de nada hasta casi el amanecer.


En medio de aquella casi irreal pandemia, otra amiga debía quedarse sola durante toda la noche en un hospital internada. Eran decenas de mensajitos intentando hacerle compañía desde lejos. Me sentía horrible por no poder estar con ella, no podía dormir pensando en eso. Al mismo tiempo, ella me decía -en más mensajes- que me vaya a dormir, consciente de que mi despertador descontaba las horas antes de ir a trabajar. En algún momento empecé a negociar con ambos, amiga y despertador, poniendo alarmas cada hora y media para ver si estaba en línea, para que pueda contarme como estaba, para hacer dos chistes o ver si se había dormido.

Toca el timbre, terminó mi jornada en esa escuela. Pero Laurita sigue con lágrimas porque las cosas en su familia no están bien. Estoy cansado, el día es largo y aún me queda mucho por hacer cuando llegue a casa. Pero sé que si cruzo esa puerta sin intentar un poco más, sin hacer algo -lo que sea, lo que pueda- con esa pena del tercer banco contra la pared de la izquierda, me lo voy a reprochar toda la semana.


Sí, los dolores, angustias y tristezas de los y las que queremos también nos vuelven mejores.

Porque no es normal ser impasible ante el mal de los que nos rodean. Porque la vida se detiene y reconfigura lo importante cuando alguien que tiene lugar en nuestro corazón sufre. Porque hay una fuerza ahí que saca lo mejor de nosotros. Y hacemos lo que tenemos que hacer.


jueves, 24 de marzo de 2022

Gracias

Hoy volví a LA plaza. Hoy volvimos, muchos y muchas. Me hizo dudar la lluvia y el viento, pero me arriesgué. Porque después de dos años de ausencia obligada, esa plaza de madres, abuelas, hijos e hijas nos estaba esperando.

La Memoria es un ejercicio activo, debe serlo. Es el trabajo día a día por esas cosas que queremos que pasen, y por esas cosas que Nunca Más deben repetirse. La búsqueda de la Verdad y la Justicia no son opciones. No para quienes practicamos la Memoria. No para quienes sabemos que hay un mundo mejor que debe construirse, y uno peor que acecha entre las grietas más nefastas.
Hoy tuve momentos de llenarme los ojos de humedad y momentos de sonreír en este regreso a nuestra plaza.
Cuando caminaba mezclándome entre las columnas de gente… de gentes. Cuando vi tantas banderas, pañuelos, consignas e imágenes que nos dicen que los presentes son muchos más que los que ahí estamos. A mí me emocionan esas cosas. A mí me emocionan las luchas de todos los que luchan por todos.
Vi a dos mujeres que seguramente no se conozcan. Que improbablemente se hayan siquiera cruzado entre tanta multitud. Una, anciana ella, con un tapado marrón que no terminaba de abrigar su frío; y maquillada como hermosa señora coqueta. Y su barbijo intervenido con un “Son 30.000”. Justo cuando pasé al lado de ella, un muchacho de veintipico la saludó, estirando el brazo por sobre las cabezas de otros. “Qué lindo verte acá” le dijo ella. “Te quiero mucho” le dijo él. Sí, claro que sí. Todos la queremos. Y mucho. Dos cuadras más tarde, frente a la Catedral, vi a la otra mujer, con un globo que decía “Nunca más”, montada sobre los hombros de su papá. Rondaba los cinco años y -emponchadita en su abrigo- miraba maravillada tanta gente, tantas banderas, tanto redoblante, tanto de todo. Le pregunté al padre si podía sacarle una foto, porque me pareció una postal hermosa. La foto salió mal. Y dirigido por mi propia poesía (tengo momentos así) me dije que claro, no entraba en una foto lo que yo estaba viendo. Y guardé el celular otra vez.
Mientras caminaba de a pasitos entre la marea de gente, escuché una consigna desde el escenario. Ese mismo escenario que estalló cuando Madres y Abuelas, viejitas y gigantes, lo ocuparon un ratito. Pero un poco antes, desde el micrófono alguien dijo “Levanten la mano los que nacieron después del 83”, y millares de brazos se elevaron. Yo sonreí, con mis manos en el bolsillo, por frío y por honestidad. Y por los parlantes la misma voz decretó “Ustedes que no vivieron la dictadura, están acá. Están demostrando que la historia está viva en ustedes. Que no necesitaron padecer lo mismo que nosotros para defender esta lucha. ¡Gracias, muchas pero muchas gracias!”. Sonreí otra vez, miré a la parejita que tenía al lado, ambos aún con su mano levantada, y repetí “Gracias”.
La Plaza llena de gente así, de historia y de lucha, permite eso: sonreír con los ojos húmedos.