lunes, 28 de octubre de 2013

Ya podemos votar


 "Democrática no es la institución que elimina la verticalidad 
sino aquella que no se aterroriza por los movimientos de las composiciones horizontales".
G. Kaminsky.



“¿Ya podemos votar?” preguntó más tímida que incrédula una de las chicas del grupo de adolescentes que ocupaban el centro del salón, sentados (o acostados) en el suelo, rodeados de adultos que cubrían todo el perímetro con sus sillas, sus papeles, sus recuentos de quórum, sus votos a manos alzada y su seriedad que se tornaba en risas de tanto en tanto.

La pregunta fue para salvarnos a todos. El debate venía siendo hace años sobre el Voto Juvenil en Scouts de Argentina (un movimiento educativo para niños, niñas y jóvenes) (y para todos). Pero a nosotros nos tocaba una porción más chica de ese mundo. Mientras que en el mundo más grande, Argentina ya había ampliado el derecho permitiendo que los jóvenes de entre 16 y 18 años puedan votar en comicios nacionales si así lo elegían. Y en nuestra porción del mundo con pañuelo, en una parte de General San Martín, Provincia de Buenos Aires, se acababa de dar “el momento” que esperábamos después de tres años ininterrumpidos de trabajo sobre el tema.

“¿Ya podemos votar?” preguntó y salvó a los jóvenes que estaban ansiosos por saber si realmente habían ganado (ellos mismos, claro) un nuevo ejercicio de sus derechos. Y salvó a los jóvenes que no se estaban dando cuenta que ya se había ganado algo, algo que esperaba ansiosamente madurar.

Y nos salvó a los grandes también. A los grandes que veíamos que era necesario arriesgar este juego para responder al pedido. El riesgo de saber únicamente que la única forma de saber si esto es mejor o no es haciendo que pase, que sea una realidad. Y a los grandes que ni eso sabían, pero miraban con ojos de hermano mayor a los jóvenes. Y salvó a los más temerosos. A los que temen que esto desarme todo lo que concebimos como el rol de educadores.

Nos salvó a todos al preguntarnos. Grandes y chicos se afirmaron en esa pregunta para saber que los roles no habían cambiado. Ahí estaba una adolescente de derechos ganados preguntando. Y no, no se confundan: no estaba pidiendo permiso a sus jefes. Estaba confirmando con sus hermanos mayores. Los roles seguían ahí, solo habían crecido en una relación de alianza.

Y nos miramos los grandes por un segundo. Exultantes unos, aliviados de contentos otros. La incomparable sensación de poder responder esa pregunta para así salvar nuestra propia inquietud. Esto es y debe ser una alianza. “¡Por supuesto que sí, ¿o no hincharon para esto?!” contestó con autoridad y tono risueño el adulto que presidía la Asamblea.

El procedimiento necesitará muchos ajustes. Todo es aprender. El primer paso que entendimos obvio no es solo la invitación como miembros de derecho a nuestros órganos de gobierno institucionales, sino reconocer cualidades que eso conlleva. Y sus derechos que son deberes: porque ahora los mismos jóvenes tienen derecho como el resto de los integrantes adultos a proponer temas para ser tratados en cada instancia. Descubriremos mucho más. Nos vamos a encontrar en encrucijadas de procedimiento y normativa que seguramente intentaremos ver desde la alianza intergeneracional y resolver de esa manera. Y que inobjetablemente debemos los adultos educadores trabajar como guías y hermanos mayores para salvaguardar cada paso de aprendizaje que dimos juntos y todos con esto.

El debate no pasa por si un adolescente está preparado o no para votar. Eso es una estupidez. Todos conocemos más que un puñado de adultos que no solo pueden llevarnos dolores de cabeza de consideración en cuanto a su “preparación”, sino que proclaman a viva voz su desidia y abrazan peligrosamente un discurso de “nada puede hacerse”. En esa línea me sale pensar que al menos los jóvenes son jóvenes, y supuestamente pueden estar exentos de tal juicio por eso. Pero… ¿y cuando un joven pide votar? ¿Cuando pide saber y participar y poder tener un rol activo en las decisiones? ¿Cuando pide tener responsabilidad en la elecciones y aprender de los resultados? ¡Ese pibe está pidiendo ser parte del juicio! Está pidiendo ser juzgado no solo por lo que es. Ni siquiera por lo que quiere ser. Está pidiendo que se le permita un banco en el juicio de lo que queremos construir.
El debate entonces no es la preparación. La preparación, el conocimiento, el conocer procedimientos; todo son herramientas; y el trabajo es ponerlas por igual al alcance de jóvenes y adultos. Y “por igual” significa con la misma posibilidad de acceso, que no necesariamente tiene que ser explicar de la misma forma, generar los mismos espacios de debate, machacar los mismos vicios desde ópticas de escritorio. La misma posibilidad de acceso es darle a la ballena tanto agua para nadar como necesite, y no darle tanto aire como pidió el águila. El debate que ya nos queda chico es la madurez de los jóvenes para votar. Claro que si ya aceptamos que madurar no es solo cuestión de edad. Si ya podemos reconocer que la “preparación” es algo a adquirir para todos. Si ya tenemos el innegable pedido de crecer de los que aun no son adultos (una locura, nos piden que los dejemos crecer). Madurez entonces no es más que tener buen juicio, sensatez, cierta prudencia y visión para las cosas. Si la generalidad nos iguala en casos terribles a grandes y no tanto; es hora de dar paso a que la oportunidad nos demuestre que en todo el espectro de edades hay de sobra ganas, criterio y compromiso para sumar.

Claro, ¿cómo preparamos a los jóvenes si ni siquiera podemos considerar que tenemos a todos los adultos a la altura de algo tan importante como el ejercicio democrático (en el ámbito que sea)? Primero, vuelvo al ejemplo iniciador: Probemos la alianza intergeneracional. No sea cosa que descubramos que no todo se prendió fuego en la Biblioteca de Alejandría y aprendamos algo que sea de construcción nueva. Segundo: Buen intento, pero, en el peor de los caso, los vicios y dificultades de los caballos para levantar vuelo nunca fueron razón para que las mariposas no pinten el aire (y créanme que me estoy cuidando muchísimo de no usar ejemplos de animales con interpretación política). Tercero: ¿Y qué pasa si…. descubrimos que los jóvenes nos salvan a todos, aun si nos salvan de nosotros mismos? ¿Qué quiero decir? Me permito una anécdota: Soy profesor de geografía y hay un tema que siempre me había costado cuando hacía la carrera. Me costaba entender por qué las corrientes frías de agua podían generar desiertos aun en zonas cercanas a los océanos. Era imposible concebir que no creciera vegetación a tan poca distancia del mar. ¡Y más aun que la culpa la tuviera un poco de agua fría! Hace algunos años cuando inevitablemente me tocaba dar ese tema a mis alumnos me vi en la salvaje necesidad de aprenderlo. No solo de entender: tenía que aprenderlo. Obtener más que el proceso y el conocimiento, volverlo un aprendizaje. No existe otra forma de poder enseñar que aprendiendo. ¿Cómo termina esto? Se me ocurre que, como me pasó a mí, puede que todos volvamos a aprender como sociedad no solo la importancia del buen, digno y constructivo ejercicio democrático sino también cada paso de sus procedimientos y responsabilidades, cuando nos veamos en la urgente necesidad de tener que acompañar a los jóvenes que (ya no solo desde los pupitres) nos demanden que expliquemos, orientemos y potenciemos algo que en el ideal “es cosa de grandes” (como las corrientes frías son “cosas que saben solo los profes de geografía”). Tal vez en su afán de crecer nos den la excusa para hacerlo también al tener que recordar de qué iba la cosa esta de la democracia, ese ejercicio en el que –dicen- su fuerte es que construye a partir de la suma de las opiniones.

Ni hablar desde la idea de institución que construye cada miembro en el sentido gigante que tiene la premisa de educar para la democracia. Cada institución es no solo un espacio de reproducción sino de resguardo de lo que la sociedad quiere para si misma. Hay aquí una idea central donde educar para la democracia no es solo educar para integrarse a la participación ciudadana en cuanto sus procedimientos dados, sino también tomar parte en mejorarlos y con ello a la democracia misma. Claro que para esto prima la idea de un ejercicio dinámico. La democracia es la esencia misma de la identidad a partir de la construcción popular en las decisiones; pero por eso no puede ser un entramado de rigidez de prácticas y postulados sino un espacio de fundación y refundación que responda a cada sociedad y tiempo. Y lo es tanto como lo es cada individuo que es parte y, en ese sentido, las instituciones no pueden en aras de defender sus postulados intransigentes como sagrados pilares de la sociedad ser férreos anclajes que, en definitiva, limitan y obstruyen el movimiento de la libertad y la construcción de un bienestar común. Y educar para la democracia y la libertad tiene un gran componente de inclusión que permita reconocer cuando ese bienestar común ha cambiado en cuanto a las características que tuvo y se consideraron valiosas en el pasado. No tiene esto un sentido fatalista de desarraigo y ruptura. Todo lo contrario: las instituciones sobreviven a los tiempos permitiendo el reconocimiento y el resguardo de la sociedad a través de su existencia. Pero para ello son permeables al tejido social, a las motivaciones de cada nueva era y su contexto; adaptándose una y mil veces como única forma de ganar tal fortaleza que no solo les permita vigencia, sino también vitalidad para ofrecerse como espacios de guía y fundamento en el accionar de los sujetos que les dan sentido.

Todo esto empezaba con algo que parece más tonto: La Asamblea 2013 de mi Distrito de Scouts de Argentina (apenas una partecita muy pequeña de una institución educativa y más pequeña aun de la sociedad toda) tomó la decisión de decir sí al Voto Juvenil. No, no es más tonto. Es enorme. Es enorme porque es lo mismo. Es una oportunidad más de los jóvenes de ser los protagonistas que tanto les demandamos con frases hechas que sean. Y es la oportunidad nuestra, de los adultos, de salvarnos. Porque, a veces pasa, los jóvenes hacen preguntas para salvarnos a todos, siempre y cuando hagamos nuestra parte.

Sí, chicos. Pueden votar.