.
Su cuerpo rodaba violentamente barranca abajo. Furiosos golpes se repartían entre la tierra, las hojas, los arbustos y el desorden de sus propios brazos y piernas en la frenética caída. Dos o tres árboles y rocas lograron destacarse en el caos de vértigo y dolor.
El final fue como un descomunal espasmo. Súbito y doloroso. Mucho más de lo que el hombre sentía, confundida su piel herida por la recorrida realizada.
Lentamente entreabrió sus ojos. El espacio entre sus párpados era discordante. Su pupila izquierda recibió la luz como un alfiler, el brillo punzaba dolorosamente. Su ojo derecho no supo nada de eso, tal era el baño de tierra y sangre que lo cubría. Intentó acomodar el reflejo del sol sobre los objetos y su percepción aturdida empezó a distinguir aquello que lo rodeaba. La tonalidad bucólica que adquiría el bosque no ayudaba. Como si el peso de su cuerpo se hubiera duplicado, el hombre intentó incorporarse. Sus movimientos eran torpes, lentos… y un martirio en cada intento. Las ramas se agitaron en la bóveda verde que formaban los árboles sobre su cabeza. El miedo reaccionó mejor que su voluntad y casi lo puso de pie. Tan solo era un pájaro que rompió el letargo. El flujo carmesí que corría sobre su cara interrumpía el silencio con su sutil goteo.
Intentó erguirse.
La queja en su espalda lo dobló nuevamente.
Tosió dos veces. Sus pulmones también salpicaron de sangre el suelo.
Como quién sabe la tortura como único camino, dio un par de pasos. Giró su cabeza y su cuello estaba hecho de moretones.
Dio algunos pasos más. Y otros hacia un lado. Y otros hacia otro. Y pisó dos o tres veces su misma huella.
Estaba desorientado. Aturdido. Magullado.
Sus huesos sonaban en cada movimiento.
Pero había algo más. Un ruido ajeno, distante pero cercano; casi oculto, casi exquisito. Tal vez no era un ruido, sino un juego de percepciones. El miedo rompe barreras, y libera sentidos. Para bien o para mal. Y aquí aun es confuso. Pero ahí estaba, y si era un ruido, era una respiración agitada y callada. Y si era solo una sensación, era una presencia intimidante.
Entre cada haz de luz que bajaba espurio desde la copa de los árboles. Entre tanto golpe y herida de su cuerpo. Entre el estupor y la percepción.
En la agonía de sus músculos, en un nuevo movimiento exploró el marco vegetal en el que estaba hundido. Al tiempo que surgía un estremecimiento de frío en su nuca, el hombre vio a un lobo desgreñado y de mirada áspera. Un sudor frío se mezcló con sus heridas sangrantes. El animal lo acechaba, medía sus movimientos, las distancias, y las debilidades. ¿Hace cuánto que estaba allí? ¿Qué estaba esperando? Las preguntas se presentaban y despedían con la cadencia entrecortada de su propia respiración.
Tosió nuevamente.
Esta vez no solo salpicó sangre, sino que también la escupió al sentirla en su garganta. Volvió su atención presurosamente al animal, preocupado porque la convulsión de su pecho le hubiera dado una oportunidad a la fatalidad.
El lobo seguía parado sobre un tronco caído, con la cabeza gacha pero la mirada altiva y ansiosa. No pudo saberlo, no sabía poder, pero el lobo olfateaba el aire, el sudor, la sangre, la suciedad, el miedo.
Tras una cortina de bosque se oyeron algunos ruidos. Inciertos, distantes, incapaces de penetrar la intimidad en la que se encontraban hombre y lobo. Una relación de paciencia y tensión los unía.
El lobo se acercaba y sentía la adrenalina en su mandíbula, golpeaba a dentelladas la piel del hombre. Pero no se movía de aquel tronco caído.
El hombre se escudaba, se escondía, se enmascaraba el miedo. Retrocedía estudiando movimientos y estrategias. Pero apenas mantenía su cuerpo sobre sus pies maltrechos.
El viento se escurrió y cambió el aire. Generó impulsos, tambaleos y desarmó la imagen.
El lobo descendió del tronco caído. Apoyó una y luego otra pata en el suelo y en esos dos pasos avanzó mundos enteros. Cundo su tracto trasero bajó del cadáver vegetal, el hombre buscó instintivamente recuperar la distancia.
El lobo lo siguió con la mirada, lo impelió a detenerse, lo rodeó desde un solo flanco.
Y, en una mueca, se relamió.
Y algo se rompió.
El hombre olvidó sangre, dolor y heridas cuando se percató de una rama fuerte quebrada a pocos trancos de su lugar. Con el infinito ahogo de desatender a su agresor, anduvo con paso cansino y tomó aquel trozo de madera.
Una vez que empuñó la rama, la madera se hizo arma. Y el viento se detuvo, conciente de lo irreversible de la situación. Ya no había más cartas en juego.
Arrebatado de coraje, el hombre volvió su figura hacia el lobo. El trayecto que los separaba tomó otro fulgor. Ahora, más paciencia. Esperar la carrera del cánido, y luego la embestida. Ahora, fuerza. Esperar que el brazo armado reaccione con vigor y certeza cuando el animal salte en su ataque. Ahora…
Ahora…
Ahora la luz había cambiado.
Ahora el viento se había detenido.
Algo se había roto.
Las cartas estaban ahí. El lobo, la distancia, el hombre y su arma. El coraje y la expectativa.
Las cartas estaban ahí… Y un angustioso trago de saliva, tierra y sangre confundió sorpresa con pánico. En parsimoniosa urgencia, los ojos del hombre descubrieron tres siluetas recortada en el follaje. Y luego dos más. Y, si hubiera podido mover algo más que sus ojos, se hubiera percatado de algunos lobos más a sus espaldas.
A decir verdad, el primer sonido contundente de dientes resonó por la retaguardia indefensa. Y ya nada era defendible.
Luego gruñó desde su derecha un lobo grande, enorme.
Luego otro, pero no pudo verlo.
Luego otro. Y otro.
Y luego ya era un coro de dientes que se acercaba al hombre. Imposible saber ahora cual fue aquel “primer lobo”. Inútil también. La relación había cambiado.
El hombre se encontraba desarmado y herido.
Y, para colmo, sostenía una pesada madera que atentaba contra su equilibrio.
La baraja estaba marcada, los jugadores eran demasiados.
Y era un juego para fieras.
Agitaba el tronco en derredor. Buscaba armar un espacio. Y el espacio se resquebrajaba una y otra vez. El desgano de lo fatal lo hizo tropezar. Cayó de espaldas y sus heridas y su boca regaron la sangre.
El alboroto salvaje se abalanzó. Los ojos del hombre se cerraron por reflejo, sus brazos y piernas por instinto, su mente por aturdimiento.
Y todo cesó.
Silencio.
Inmóvil silencio
Y, de a poco, los latidos. Resonando dentro del propio pecho.
Las manos temblando. Y los ojos buscando el valor. Encontrando el coraje para intentar ver.
Primero el derecho, y otra vez pupila e iris teñidos de sanguinolento carmesí.
Luego el izquierdo. Entre la brecha de sus párpados se acomodaron las caninas fauces que babeaban excitación, ladraban frenesí y apenas podían sostenerse a centímetros del hombre.
Pero a centímetros aguardaban.
Gruñidos y relamidas fueron volviéndose apenas un murmullo salvaje. Desesperados hasta querer estallar, los lobos resistían el instinto desatado.
Con su espina echa de hielo, punzando sus intestinos, el hombre se incorporó casi remontando la posibilidad misma.
Un nuevo gruñido sonó demasiado cercano. El hombre trastabilló sobre sus brazos. Y dos segundos después cayó en cuenta que aun estaba con vida.
La jauría indómita retrocedió apenas un breve espacio. Un exceso dentro del aliento rancio de miedo del hombre. Las bestias empujaron sus cuerpos hacia atrás, y en sus gestos se denotaba la violencia que tal acción les provocaba.
Con paso seguro y soberbio se abrió camino entre el hervidero de sus hermanos un lobo gris que brillaba como si su existencia recién comenzara. Firme entre la furia de colmillos enardecidos. Con templanza exasperante para la frágil abstracción del hombre.
Toda la situación sonaba como el choque de metales oxidados. Entre la efervescencia que olía a muerte, ese individuo tan igual y tan distinto al resto de la manada se presentaba como una chispa entre hojas secas. La suciedad que marcaban las heridas del hombre, otra vez, parecía ser una trampa a la provocación. En el colapso del desasosiego, cuando todo se anunciaba como final y ruina una vez más, el aire se hizo viento otra vez. La multitud se movió rauda y rencorosa de la huída, pero obediente al gesto mudo del último lobo.
El viento aumentó su vigor. Los árboles se agitaban en suave condena. Las hojas se arremolinaban en rabiosa locura. El marco perfecto para arrancar cualquier atisbo de reposo en el tiempo. Por el contrario; ahora esa nueva pareja solitaria cortaba las últimas luces del día como el grito del infierno. El lobo acercó lentamente su cabeza al cuerpo del hombre. No gruñía, no dejaba ver sus dientes, no se agitaba excitado. Y ese semblante adusto podía evacuar el valor del más osado como si lo jalaran desde sus tripas. Lo opuesto surgió, tal es la forma macabra de equilibrarse que juega el destino. El hombre retrocedió sobre su sangrante espalda con más movimientos que resultados. Sudaba, sangraba y se ahogaba en el desaliento. Ya los rodeaba un huracán. Los árboles partieron algunos de sus brazos, los pájaros gritaron asustados, y una manada efervescente se oyó embriagada de ira en alguna parte de la tormenta.
Pero nada perturbo a la turbación infinita del hombre.
Nada mojó los ojos del lobo. Ni siquiera la lluvia que se dejaba caer con gotas pesadas y dispersas, que salpicaban golpeando el bosque.
Todo sucedió en un instante.
El lobo detuvo su estocada, un relámpago resplandeció en el caos y el hombre giró bruscamente.
Todo se desató en una chispa.
El lobo decidió el fin de la lección y reanudó su camino pasando casi insolente por el flanco del cuerpo del hombre; un trueno rompió la eternidad, y el hombre cerró su mano sobre aquella rama que se enarboló como arma hereje otra vez.
Chorreando despojos de su vida, descargó la madera sobre la cabeza de aquel que se marchaba, destrozando un ojo de esa soberbia mirada canina. El lobo soltó su primer gruñido, agudo y desgarrador, y cayó dolorido sobre su andar.
La sangre ardía y la conciencia del dolor dejó paso al reflejo. El hombre se levantó y corrió con grandes trancos torpes y pesados. Sus extremidades acusaban peligrosamente las estocadas del día. Sus pies se apoyaban inciertamente hasta que comenzaron a vacilar; su torso perdió completamente el equilibrio. El tropiezo se prolongó unos metros hasta que sus rodillas chocaron, primero entre ellas, y luego con un tronco caído.
La sangre se esparció y mezcló con la lluvia.
Agotado. Acabado.
Casi desfallecido, el hombre levantó su cabeza por sobre el gran tronco caído y vio al lobo herido que había dejado atrás. El animal sangraba, pero no lloraba, no. Llevaba su sufrimiento estoicamente.
Pero el temple ya no era tal. El viento se detuvo nuevamente. La lluvia paso a ser circunstancia.
Con la baraja corrompida, el lobo se perdió sin despedirse.
El hombre tosió, y sintió dejar su vida al hacerlo.
Pero no lo hizo.
Le llevó un segundo reconocer nuevamente esa sensación.
Le llevo uno más reconocer el sonido de respiraciones agitadas que lo rodeaban.
En un intervalo extraño, vislumbró al culpable final de su suerte: ese tronco caído era un viejo conocido. Y otro viejo conocido del hombre y del tronco caído fue el primero en lanzarse a acabar el ocaso.
Luego, ya no hubo orden alguno.
Barranca arriba, el resto del grupo de hombres cazadores solo sentía llover.
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17 comentarios:
interesante relato... me colgué.
la primera parte me remontó a un libro que leí hace muchos años (que no debe haber leído nadie) se llama "mi hermana la pantera" es de Djibi Thiam, o algo así. recuerdo que me encantaba la descripción de la lucha final con ese animal que en realidad era como su hermana.
sangre, desconcierto y soledad, una mezcla efectiva...
Saluditos!
Sr Leon... extrañe tus relatos!
sabes mi mar se ha vuelto gris...
besos...
HOLAAAAAAAA SCAR.TE ENCONTRE DE NUEVO EN EL BLOG DE LA TURKA.QUE BUENO PORQUE PERDI TODOS LOS CONTACTOS LOS TENIA EN UN ARCHIVO Y ME ENTRO UN TROYANITO...BUENO EL RELATO ME PARECIO ESTUPENDO ME ENCANTAN LOS RELATOS DE LUCHAS.SABES ESTOY CUPLIENDO MIS 100 POST HOY JAJ ESTOY FELIZ.CARIÑOS
Caramba, Caramba ,Caramba Sr Leon usted siempre me saca una sonrisa con sus comentarios tan...
No se..
Un beso..
Entrar en ese bosque...
sentir la humedad,
después el miedo,
cerrar los ojos, respirar hondo, asfixia, (un coletazo de asma mal curado).Me detengo.
En un segundo intento vuelvo y sigo...me angustio...
Igual sigo transitando este relato.
Tremendo, maravillosamente tremendo, asfixiante, húmedo, difícil...
Me gustó mucho... y me llevó tiempo...
Se lo merecía.
Gracias.
.
Ok, sí, es muy largo.
Pero no lo es.
Ya se sabe, no me ajusto a las dimensiones que pretende un Blog.
Yo escribo, y como dijo una amiga... "¡Que aprendan a leer!" jjaja.
Ah, y no malentiendan: Los lobos son criaturas nobles, cualquier interpretación que los aleje de esa imagen está equivocada.
Es así.
Eclipse
No lo leí. Lo anoto en la gran lista de libros que me debo.
Gracias por leer. Todo todo.
Saludos, charrúa.
Turka
Sí, hace mucho que no ponía algo de "ficción"... (¿qué es? ¿Qué no lo es?).
¿Qué ha pasado con su mar?
Escríbame y cuente.
♥♥♥ M @ r Y ♥♥♥
¿Entró un troyanito?
Sí, suele pasar con los primeros sofocones de fin de año...
Felices 100 posts (si son felices).
Me alegro que le haya gustado el relato. Y la lucha.
Turka
Es parte de mi encanto.
Otro beso
Ali
Usted es, ya sabe, una estupenda lectora. Aunque mi relato fuera muy malo (vaya uno a saber), me arriesgo a decir que usted lo completaría con sus imágenes y emociones. Casi re escribe las palabras que lee.
Y, de paso, no solo no reniega de lo "largo" sino que se dedica.
Ah, y sentencia frases que uso en los comentarios... jajaj
(De nada los elogios, también son merecidos)
Me encantaba el texto hasta que el hombre descarga la madera sobre el lobo bello y altivo. Ahí dejó de tener credibilidad para mi gusto y también períó la magia; un hombre herido es siempre una presa fácil para una jauría hambrienta.
Me hubiera gustado que el lobo y el hombre se miraran bajo la lluvia, que se sintiera esa tensión y ese miedo, y que después de perdonaran la vida mutuamente.
El lobo era demasiado hermoso para ser herido.
.
Ciertamente el lobo lo era, Lucia. Y aun lo es, porque no comparto que pierda la magía. Aunque, sí, es otro tipo, más áspera y mordáz.
EL final... ganó credibilidad, porque, lamentablemente, en esta historia el hombre era un tipo de hombre... que no entiende de lobos.
Creamé: me costó escribir la herida del lobo.
Y no así el final del hombre...
y te dejo de regalo para que pases a buscar una linda canción con mi guitarrita...
.
Siempre es bienvenido el regalo de una buena canción.
Cuestión de apostar a los quijotes...
la hermosura no salva a nadie del sufrimiento, y el lobo tampoco se salvó...
el relato no pierde la magia, no se cae en ningún momento...
y la credibilidad, ese es el salto al que nos obliga la ficción, entrar en la mascarada de verdadero- falso, y no discutirle al relato, simplemente ir por donde nos lleva... y creer.
Buenas...
Primero lo primero, si pudiera elegir cómo escribir, elegiría escribir así, IMPECABLE, la verdad un placer leer este texto, su excelencia, hace que la cantidad sea sólo un detalle y un modo de seguir recreando la imaginación hasta el final.
Final, que justamente llena de mayor magia el relato, porque como nos tiene acostumbrados, sorprende, deslumbra, obliga a revivir la capacidad de asombro constantemente.
Para mí es un texto lleno de imágenes, sensaciones, cuidadosamente (y me atrevo al obsesivamente) redactado, de modo que cada palabra se enlace entre sí, dando vida a cada una de ellas, haciendo que uno pueda sentirse el protagonista de esa historia; y así, sentir esa lucha, esa angustia, esas ansias de sobrevivir, de seguir respirando, andando, aún... amoratado, herido, lastimado.
El relato es su totalidad es más que la suma de las exquisitas frases que lo componen. Cada una de ellas, es la invitación a crear, imaginar, volar, escribir.
Logra, a mi humilde entender, lo que se propone con el título, entre hombres y lobos, "una especie en el bosque"...
Como verá y sabrá, me encantó.
Y sepa, que algunas frases, como por ejemplo "no sabía poder" todavía siguen dando vueltas en mi cabeza.
Muy bueno y gracias por compartirlo.
Un abrazote
(y perdón por la extensión)
antes que todo... gracias por su comentario en mi rinconcito.
algunas cosas de este relato me hicieron creer al menos que he leido alguna vez algo de esto. quiz´zas alguna frase que hayas escrito en otra relato, por ejemplo cuando hablas que esa rama se convirtió en un arma....
En fin, quiero entender que el lobo en su magnificencia, perdonó la vida al hombre, pero que el hombre con su instinto salvaje se condenó nuevamente a una muerte terrible, en el momento en que sin motivo golpeó al lobo que le había otorgado larga vida...
está bien o entendí mal???
ohhh parte de su encanto?! entonces es usted muy habil, luego dice de mi jajajjaja
besito...
Viva Perón!!!
Me arreglan la banda y vuelvo!!! muáks!
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Ali
¿Qué agregar?
Nada.
Sería “hacer sobrar” palabras.
(¡Menuda entendida es usted!)
SIL ♥
Adelante, Hadita.
Ya le dije, no comulgo con ningún final que no sea el que la historia misma quiera en su capricho (que, debe ser el mío, aunque en general no lo sepa).
Y, la magia… será o no será… una parte dependerá de mí (y mis intentos).
Sí, sabe usted que hay rasgos obsesivos en la selección de palabras. Espero que funcionen y no quede solo en eso.
Gracias por los elogios. Y por compartir “amoratado” conmigo,
jajaja.
Otro abrazo.
(y siempre es bienvenida la extensión, sería hipócrita decir lo contrario)
Danniella_la_lokera
Creamé que si ha leído en otro lado algo parecido en algún pasaje, es mera coincidencia. No soy tan indigno como para hacer “la gran Bucay” (ni la acción ni el accionar…) (jej).
Es un entendimiento válido el suyo.
Usted entendió, el hombre… parece que no.
Turka
¿Usted dice?
Diga entonces…
Jajajjaja
Beso
Tomás Münzer
Cosas más raras han pasado…
.:*:. Ferípula .:*:.
(es malo e inevitable) ¿Anda roto el trompetista?
(si no lo entendieron están peor que yo)
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