"Es que yo soy, ese que soy, el mismo nomás,
hombre que va buscándose en la eternidad"
Fuego de Animaná,
de Armando Tejada Gomez y Cesar Isella
..
En un lugar así, caminaba un caminante. En un lugar así, muy parecido a éste, con sierras tras de sierras, tras de más sierras, caminaba un caminante. Un lugar así, con el sol tiñendo las rocas y dejando la hierba dura crecer al calor. Un lugar así dónde el horizonte se esconde detrás de la silueta montañosa, y se escurre entre los valles que se adivinan. En un lugar así caminaba un caminante.
Caminaba ligero y de buen humor el caminante. Sendero a sendero, paso a paso. Caminaba durante horas. Caminaba durante espacios.
Caminaba.
Al borde del camino, otro hombre avanzaba. A paso cansino, a trancos sufridos avanzaba aquel hombre.
Y avanzaba el sol del mediodía y avanzaba esa nube caliente que ronda el suelo de las sierras en verano.
Y avanzaba el caminante, hacia el borde del camino.
Con sudor ardiéndole en los ojos, el hombre vomitaba su respiración. Y con triste esfuerzo saludó al caminante: “No es hora para andar, amigo”.
El caminante sonrió. “El calor es terrible, pero no son horas para detenerse tampoco”.
El hombre devolvió la sonrisa casi molesto en su fatiga. Miró por sobre el hombro del caminante y preguntó: “¿Falta mucho andar para llegar al pueblo? Viene desde el norte, ¿verdad?”
El caminante apenas volvió la vista atrás, como quién siempre está seguro del camino que ya ha recorrido. “Sí, eso creo, el norte, tal vez”. Y su respuesta fue vaga, pero no fue la conciencia de lo impreciso sino la necesidad del otro hombre lo que lo llevó a continuar, “El pueblo está a poco más de dos horas de aquí, es un camino dulce por el sendero”, y señaló la huella pedregosa que serpenteaba desde sus pies hasta las espaldas de la tierra.
“Dos horas…”, dijo el hombre mientras se secaba algo de sudor con un sucio pañuelo, “… solo quiero llegar… al menos ya falta poco…” y cuando una exhalación de aire caliente parecía el punto final agregó “… falta… menos…”.
El caminante se acomodó su sombrero, corriendo las gotas cristalinas de su propio andar que nacían en sus cabellos. Su mirada se perdía tras las espaldas del hombre cansado.
“No hay nada allá”, le dijo entonces el hombre, cortando el silencio.
Un nuevo silencio nació.
“Créame, no hay nada. Vengo maldiciendo el viaje hace días. No hay nada.”
El caminante miró con compasión al hombre. Observó su gesto huraño, su espalda mojada, su piel gastada. Sintió el aliento agotado, no tanto por la debilidad como por el desprecio del andar. Sintió el arrebato del equilibrio, pero no supo si era el hombre que tenía frente a él o su propio ser. O el juego entre ambos. “Debe haber, cuanto menos, una hermosa vista”.
El hombre pareció recuperar fuerzas cuando contestó como quién sufre un desaire: “No hay nada, de nada, de nada. Pasando la próxima colina solo encontrará sus pasos asándose al sol, un sol endemoniado que quema más en las sienes que en las piernas. Dos días de marcha y nada. NADA”
“¿Tan mal así es la cosa?” preguntó el caminante, pero en lo más profundo de su parte inconsciente sabía que solo animaba a desahogarse aun más al hombre cansado.
“Todo es malo en ese lugar olvidado por Dios. Todo es más áspero, más caliente, más seco. Más doloroso. Caminará bajo el sol, y cuando las fuerzas empiecen a agotarse no podrá descansar. No existe árbol alguno que regale sombra donde recuperarse. El camino lastima los pies con miles de piedras que son demasiado grandes para caminarlas con apuro, y demasiado pequeñas para sentarse sobre ellas. El aire hierve y raspa la garganta. Tan solo un pequeño arroyo se escurre entre unas grietas y apenas alcanza para llenar la hendidura de la palma de las manos. ¡Si al menos hubiera tenido un recipiente para almacenarla!”
“Tampoco llevo donde cargar agua… voy muy ligero. En este lugar, con el camino y la temperatura, habría que traer una mula para acarrear lo que sea que…”
“¡Un maldito burro!” interrumpió exaltado el hombre, “¡Parece una ironía del infierno, pero a mitad del camino hay un burro marchito que se muere allí solo para que uno agonice en su esperanza al verlo!”
Otra vez silencio, pero no era nuevo. Era un silencio viejo que estaba de vuelta.
“¿Aun piensa seguir el camino?” preguntó casi fastidiado el hombre cansado.
“Sí, le agradezco sus advertencias, las tendré en cuenta”
Se despidieron. Realmente no lo hicieron, solo se cruzaron en silencio.
Se despidieron, entonces, sin palabras.
El hombre arrastró sus últimos ímpetus hasta el pueblo cercano.
El caminante siguió caminando, porque así son los caminantes, ya se sabe. Eso son.
Varios días pasaron.
Varios silencios.
Más de un camino andado.
Una noche no muy lejana el hombre bebía en una taberna de aquel pueblo que tanto había anhelado. Se encontraba alegre, no solo por el vino, sino realmente alegre. Reía a viva voz con algunos hombres. Brindaba por algunas mujeres. Contaba anécdotas y exageraciones entre barriles, velas y algo de música.
De repente, al tiempo que buscaba algunas monedas de plata para continuar la juerga, reconoció al caminante en una mesa entre penumbras. Se levantó torpe pero apresurado, como quien pretende atrapar la llave de un delirio. A pasos poco elegantes atravesó el salón hasta casi atropellarse en la mesa donde el caminante y una joven azabache jugaban con una baraja.
“Da gusto verlo de mejor semblante, mi amigo” escuchó el hombre a modo de recibimiento.
Ahora sí el silencio fue nuevo. Pero no fue solo del hombre que buscaba palabras. La taberna entera enmudeció. Cosas más raras han pasado.
El caminante lo invitó a sentarse con gesto simple y sonrisa de amigos.
El hombre bebió un sorbo más del jarro que sostenía en su mano derecha. Tomo aire de vicios, y se limpió excesos de espuma y vino de su barba con la manga del brazo izquierdo. “Cualquier alma brinda después de aquel martirio”, dijo al fin en tono casi solemne.
“Brindemos entonces…” dijo el caminante elevando su propio vaso.
“Por las tabernas que nos esperan al final del camino” dijo el hombre mirando fijo, casi clavando los ojos y las palabras.
“Por las… cosas del camino” dijo el caminante, más convencido que reparando en los sonidos.
Es raro, como las palabras entre extraños pueden ponerse tensas aun en un brindis.
Se transforman los silencios en brumas de metal que pesan sobre el aire y el humo. Cambian en espectadores los extraños, quedan a la espera del crujido de las oraciones. Y los apenas conocidos a veces se miden, a veces se buscan, a veces se esperan.
“Permítame invitarle otra copa, amigo…” dijo el caminante.
“Sí, seguro…”
“… y prestarle mi huella”.
El hombre que se deslizaba hacia una silla al lado de la del caminante, se dejó caer bruscamente, como si la conclusión de la frase lo golpeara.
“Después de nuestro encuentro…” comenzó el caminante mientras la muchacha apoyaba un dos de bastos sobre la mesa, en el espacio entre ambos, “… seguí camino, y, ciertamente, todo lo que usted me advirtió era verdad”.
El hombre no dijo nada. Ni siquiera bebió un sorbo. Apenas pestañeó.
El caminante recostó un tres de copas cubriendo apenas la carta de la muchacha, “El sol no es piadoso en esos caminos, pero a la vez ilumina la belleza que se escurre bajo mi andar y corre hasta donde llegan mis ojos” y detuvo su mirada en la dulzura de la mujer frente a él. “El paso es lento entre las piedras, pero no me apura la llegada, el camino es parte del viaje, y, en mi caso en particular, lo era todo”.
El caminante observó las dos cartas en su mano y eligió una sota para que acompañe al tres anterior. Que fuera una sota de espadas poco importaba. “A las horas de andar…” prosiguió, “...busqué un respiro para mis piernas. Junté algunas piedras, elegí aquellas que fueran más generosas por sus formas suaves, y las puse una sobre otra hasta lograr un pequeño banco. Es maravilloso como se renuevan las acuarelas del entorno cuando son miradas con tiempo y reposo. Mientras preparaba mi cuerpo para retomar el viaje y secaba un poco el sudor de mi frente, la sierra comenzó a cantarme. Juro que su voz sonaba a zamba o a bolero. Cantó con el sutil viento que le quitó peso a la tarde por unos instantes. Cantó con el golpe del granito a mis pies. Cantó con arrullo de agua…”.
“¿El arroyo?” preguntó el hombre. Preguntó más que por necesidad de información. Preguntó como quién quiere saber como sigue una historia.
“Sí, el arroyo. Ese pequeño suspiro de agua que apenas mojaba unas rocas en un pequeño peñón, y se perdía en el mineral antes de tocar el suelo”
La morocha azabache jugó su carta: Un rey. “El rey”, le murmuró desafiante. El juego de cartas parecía un mundo paralelo. Y el Rey, sobre esa mesa, aun le gana a la sota.
El caminante contempló esos ojos que lo buscaban frente a él. Esos ojos que lo mantuvieron preso fuera del tiempo. Hasta que la voz femenina no soltó su arenga de ataque entre las barajas, el caminante no volvió a reparar en la cantidad de oídos que lo rodeaban en el silencio. Un silencio como un viejo conocido. “Truco” dijo ella.
El caminante espío su carta como si nunca la hubiera visto, como si hubiera jugado a ciegas. Otro tres, un tres de bastos. Un buena carta, pero…
“Junté mis manos bajo el hilo de agua, hasta llenarlas. Deseaba beber. La sed me golpeaba desde hacía unas horas, pero no había concebido su fuerza hasta que toqué el arroyo: Parecía morir si no bebía en ese mismo instante. Sin embargo mis ganas se sostenían mientras el hueco de mis palmas se colmaba. Ya rebalsando de contenido levanté la vista al cielo… son raros los momentos en los que uno es agradecido. El agua, tan simple, tan gratificante. Como una imagen que usurpa el rabillo del ojo, vi al burro que resoplaba al lado del camino, a pocos metros de mí. Lo vi tan grande y tan débil. Tan viejo e indefenso….”
La taberna se movió sutilmente como un gran organismo. Una mujer enorme se angustió por un animal que nuca acarició. Un anciano padeció un poco, porque un poco su vida también se sentía así. Seis o siete personas bebieron, porque el relato les dio urgencia de saberse favorecidos y cómodos.
El caminante miró fijo al hombre y casi como pidiendo permiso continuó: “Se ve que el cielo me escuchó y decidió por mi alma más que por mi sed… Descendí con cuidado la pequeña elevación… Descendí con mis manos juntas, buscando mantener cautivo al líquido… Descendí y avancé como empujado por la tarde. Y los guijarros no entorpecieron mis pies en el recorrido hasta el burro. Nos hicimos hermanos mucho antes de que mis manos húmedas convidaran a su boca”
La mujer enorme sonrió. El anciano se dejó lagrimear, y se sintió mejor.
El caminante abandonó la visión de asombro del hombre y reposó en los ojos de la mujer. Observó esos ojos grandes y brillantes que apenas se elevaban sobre el reverso de una carta. Una carta que asomaba de los dedos femeninos esperando descubrirse.
“¿Truco dijiste?”, aceptó el desafío de la dama el caminante. “No, no quiero… no voy a darte el gusto”, y perdió la mano dejando caer su propia carta. Un tres de bastos de espaldas es tan fuerte como un cuatro. Pero más doloroso.
“Repetí el viaje una y otra vez, y una y otra vez más hasta que el burro sació su sed. Ya al borde de mi voluntad, le acaricié el lomo, y sus ojos ahora chispeantes me dieron gracias y permiso. Volví a subir y una y otra vez, y una y otra vez más, sacié mi propia sed”.
Antes de que el hombre sintiera que su débil brazo no podía sostener más la vasija con vino, la taberna escuchó como el caminante contaba sobre una noche fría que desalojó al impiadoso día. Palabras simples dieron cuento del abrigo de la piel, del calor que se dieron caminante y animal. Del canto a media voz que el caminante le dedicó a los sueños del animal. De la caricia brusca del burro, del celo con el que guardó el cuerpo del caminante del acecho de la oscuridad.
“Lamento decepcionarlos…” dijo el caminante mirando las caras en derredor, “… y espero, entonces, no hacerlo, para la verdad es que el cuento desde el comienzo del nuevo día hasta la llegada a éste pueblo es muy simple. No hay mucho que agregar… solo un hombre y un burro que se acompañan y se llevan en un camino de regreso desde ningún lado en especial”.
Se juntan las historias. Se junta la baraja.
El alcohol se exalta y se apaga. La gente se reúne, festeja, brinda y se dispersa en busca de nuevos sueños. De algunos sueños.
El caminante y la mujer azabache se dejan encontrar por el amanecer durmiendo en un abrazo tierno sobre la hierba. El sol, ahora un amigo cordial, los saluda con el reflejo de sus brazos dorados. Reflejo que destella sobre el lago que se despierta ante los ojos de la pareja.
“¿Qué aprendimos esta noche?” le dice el caminante a la mujer, al oído de las primeras luces del día. Y sonríe.
“Las cosas del camino… lo que puede ser especial solo si se lo ve. Lo que no es hasta que no somos... Lo que hacemos con el camino es el camino” contesta la mujer de cabellos azabaches.
El caminante la besa en la frente. La besa en los labios. La besa. “Por más que quieras esconder tus cartas… se ve un siete de oros reflejado en tus ojos”.
Cerca, bien cerca, en la orilla del lago, un viejo burro bebe agua y espera nuevos caminos. Tan especial resulta que, cerca, bien cerca, no se interrumpe ningún silencio.
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10 comentarios:
Llegó a la morada del león oscuro una historia que surgió a cuento de todo en el camino de regreso entre las sierras...
"...yo continuaría solo en el otro extremo del continente. Pero, ¿por qué pensar en eso cuando la tierra dorada se extendía delante de nosotros y estaban acechándonos todo tipo de acontecimientos imprevistos para sorprendernos y hacer que nos alegráramos de estar vivos y verlos?..." Jack Kerouac- En el camino. El es caminante de otros senderos pero quizás puede interesarte lo que tiene para decir.
Me conmueve escuchar esa historia como verla escrita (aunque ésta última tiene un plus)a pesar que prefiero la entonación de la narración...
Ya te chocaré en algún paraje, Scar..
“…el camino es parte del viaje, y, en mi caso en particular, lo era todo”
Y eso, es justamente lo que para mí, marca la esencia de este hermoso texto. Que desde un conjunto de palabras impecablemente enlazadas, permite imágenes, sensaciones, suspiros, sonrisas; es un texto que toma vida, invitando - y casi obligando - desde cada una de sus palabras, a vivirlo y sentirse al menos por instante, ese caminante.
E inevitablemente propicia la asociación de ese andar con la vida cotidiana, pensar en ese sol que por momentos “castiga”, por otros abraza; en esas piedras que a veces lastiman pero que permiten seguir andando cuando uno puede descubrir sus diferentes formas y más aún, que uno es capaz de dárselas;
También en esas personas que avanzan en el mismo camino, pero que agotados de tanto caminar pretenden, quizas sin querer, contagiarnos el desgano, el desprecio por el andar mismo; pero…cuando el camino como parte del viaje, lo es todo , nada puede detenernos… como ha demostrado este caminante.
Y así, descubre lo mágico, ya sea en el arroyo, en el cielo, en la taberna, en la mirada de esa mujer, en lo que dice su alma. Y sólo de ese modo, puede hasta incluso permitirse, encontrar en ese burro, un hermano.
Quizas se trata nada más ni nada menos que de las “cosas del camino”, que a veces parecen inadvertidas, comunes, habituales, invisibles, sin sentido; pero que resignifican su valor, si quién está haciendo ese camino, se permite ver, “renovar las acuarelas”, alegrarse, brindar, brindarse…
Y este caminante, se acerca tanto desde su camino a esos pasos, a esos lagos, a esos silencios (nuevos, viejos, conocidos), a esos sueños, que hasta pareciera atrapar la llave que lleva a los delirios.
Y como es de esperar, el caminante siguió (y sigue) caminando, porque así son los caminantes, ya se sabe. Eso son.
(Y si no se sabía, al recorrer y andar este camino, se aprehende que el camino se hace al andar, en esa búsqueda eterna que nos permite ser)
Simplemente, impecable.
Besotes y gracias por permitirnos compartir estas "cosas del camino".
Qué lindo relato. Y es cierto, muchas veces nos perdemos de pequeñas cosas muy especiales.
Me encantó la última frase azul!
“Por más que quieras esconder tus cartas… se ve un siete de oros reflejado en tus ojos”
Saludos!
desprecio del andar...?
Es interesante esto del camino, de nuestras vidas.
Es sutil y a la vez, grita.
Está clarísimo.
Me gusto que el 7 se reflejara en una "ella", alguien mejor podría ser?
Pero los premios se los lleva el burro, que hace de la servidumbre su sustento, su ruta, su destino.
un beso y alas para tus letras.
Ferip♥
Por las cosas del camino y el camino mismo
Por los arroyos que cantan zambas
Por el cielo que decide por almas
Por las sierras y los cerros
Por las piedras que lastiman y el agua que fortalece
Por los viajes que transforman
Por las llaves del delirio, por atraparla
Por el relato contado
Por los burros y las hermandades del camino
Por el amor y por ella,
Por los ojos que reflejan siete de oros y otras cosas…
Por esta obsesión de letras que tenes… y por todas las palabras que uno quiere robarte de tan bonitas!!!
Pido permiso y las tomo prestadas mejor...
woaw!
a estas alturas tengo frases suyas que son un baluarte...
entre otras ... esta:
"solo no vuelve quien quiere olvidar"
MI TIO SCAR! ;)
:D gracias...
Saludos cordiales.
Georgi.
.
Antes que nada, mi agradecimiento a la gente (y otras bestias) que leen. Que se toman el tiempo en las historias. Que se arriesgan entre las palabras que habitan en la morada del león marcado.
Eso es más que coraje.
Gracias.
ANI
Me interesa lo que tiene para decir…
Un gusto, un placer su emoción.
Un gusto, un placer que guste de perderse en estos caminos. Aunque lso ronde un león marcado.
(Los parajes por donde yo ando no son aconsejables para una dama…)
SIL ♥
Hablamos tanto de “causas y azares” que temo copiarme a mí mismo…
Pero, también son las cosas del camino, ¿no?
Gracias a usted por compartir.
Y seguir dejando huellas.
Beauty is power
Y nos perdemos de cosas enormes solo por creerlas pequeñas.
Tal vez –solo tal vez- sea la carta más hermosa de la baraja…
Más saludos.
.:*:. Ferípula .:*:.
No, no podría ser otra persona. No cualquiera tiene un 7 de oros en la mirada.
Desde luego que estoy de acuerdo: los premios se los lleva el burro. También es un caminante.
Gracias por el beso. Las alas, siempre es bueno tenerlas.
Alice
Por quienes leen.
Por quienes hacen de la lectura un cuento.
Por la vida que las palabras no tienen si no se suspira sobre ellas.
Por…
...usted, entonces.
(Robe que se las presto)
*GEORGINA*
¿Un baluarte…?
Bueno, supongo que es un elogio.
¿Las veré a algunas de mis frases como un sitio de amparo y defensa, entonces? Espero lo sean en lo que pueda contra la falta de sueños, el ocaso de luchas, la ausencia de letras que se enlacen y se espacien para revivir algo más que la palabra, la lengua. Eso deseo.
Claro, solo soy un intento.
Más saludos cordiales.
(Considerando mi historia… no debería asombrarme de algunos “sobrinos”)
Scar:
si, es un elogio, sus palabras, a veces, son eso! (sostienen... luz en la sombra)
si! vealas así...debe haber muchos sobrinos sentandos al rededor del fogon donde el Tio scar nos cuenta historia, :D (con infusion a gusto)
y a veces, resignificandolo todo con palabras...aunque sean solo intentos.
un abrazo.
He vuelto a las "cosas del camino" hasta que haya cuento nuevo, que lindo que escribe, siempre es un placer volver a leer y leerlo.
Un besote
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