martes, 10 de noviembre de 2020

Mereces lo que sueñas

 Los pupitres en las aulas no son todos iguales. Por ejemplo, había un banco al fondo de aula de 5º Naturales donde vos unos días luchabas con el sueño, otros sonreías y te enojabas con compañeros y compañeras a uno y otro lado, y otros te veían acercarte a mi escritorio en lo que -creo que te descubrí- era más para mostrarme que estabas trabajando que para preguntarme alguna duda. Ese lugar cambió de gente, ese pupitre tuvo y tendrá otros codos que se acomoden en otras clases. Pero para mí, ese banco, sea cual sea ahora, es tuyo.


Como ese pasillo entre la dirección y la sala de profesores, que recorrí mil veces; pero hay dos o tres baldosas que me recuerdan que vos me interceptaste junto a dos compañeras y un compañero tuyos, y ya en sexto año me contaste que seguía siendo uno de tus profes más queridos. Tanto así que me dijiste que estabas en un dilema porque tenías que decidir quién te entregue la medalla de fin de ciclo y yo era uno de tus dos candidatos. Te agradecí lleno de orgullo, y te sonreí como con pocas cosas sonrío. Recuerdo que en mi gratitud te dije que ya estar "peleando ese puesto" me alcanzaba. Que elijas a la otra profe y a mí me pagues con un abrazo al bajar del escenario en tu acto de egresada. Y lo hiciste, cumpliste. Y yo sonreí otra vez. Hoy recuerdo esas baldosas de ese pasillo y te recuerdo a vos. 


Pasó un mes desde que sé que te fuiste, y esa calle que recorrí cien veces, hoy me quiebra. Tiene tu nombre, tiene el cariño de todas y todos los que te queremos. Antes había un bar, hoy es otra cosa. De hecho, hasta alguna vez fui a ese bar y era uno más como tantos bares. Hoy esa vereda me moja la mirada. Esa vereda me angustia la garganta. Y en esa vereda me enojo un poco con todo. Y me entristezco un poco con mucho. Antes pasaba y ni reparaba en él. Hoy, ya una cuadra antes de llegar, aprieto los dientes. Porque ya no es un lugar cualquiera. Es un lugar que me duele. Que me moja la mirada, me angustia la garganta, me enoja, me entristece. Me detengo unos segundos donde todo se detuvo esa noche, y vuelvo a irme con los dientes apretados.


No conozco Puerto Santa Cruz. Podría ser un lugar como tantos que no conozco. E incluso podría ser un lugar como tantos que me anoté como pendiente por las más diversas razones que uno se pone como pretexto para viajar. Pero sé que en este caso vos me lo trajiste. Lo puse en una lista imaginaria cuando hace unos meses una Lucía ya ex alumna me contó que ese era el punto en el mapa de su próxima aventura. Y me contaste de algunos de sus lugares, "Es muy lindo", me dijiste. Tal vez me hubiera gustado poder poner en palabras que lo más lindo de Puerto Santa Cruz era y es, desde ese momento, que vos me habías escrito para contarme de él. Porque creo que ningún paisaje puede ser más bonito que algunos gestos de cariño como ese, tan simple como escribirme, y contarme dos o tres cosas de tu vida. Y porque todo paisaje es inmensamente más bonito si es la excusa para poder decirnos "ojo que seguimos acá, no nos hemos olvidado". Hoy esa ciudad de la Patagonia es distinta a tantos otros lugares que tengo anotados. Aun no tengo muy claro qué es lo que será, pero voy a pisar su playa y dejarme envolver por una ráfaga de viento que me permita, de alguna forma, decirte con ese viaje, que sí, que no nos hemos olvidado. 

Pero aún más, decirte que hay pupitres, pasillos, veredas, pendientes y mil cosas más donde vos y yo vamos a seguir recordándonos que siempre seguimos acá.




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